viernes, 1 de febrero de 2008

FIESTA NACIONAL DEL CHAMAME



¿Fiesta para hoy o fiesta para siempre?

Cuando todos festejan, quien se atreve a reflexionar sobre las carencias de la celebración suele ser vituperado por agorero y aguafiestas. No comparto esa opinión: atreverse a la crítica, actuando a contrapelo del sentir general, es una demostración de valentía y honestidad intelectual. De hecho, no implica el acierto o corrección de lo expresado, pero con seguridad denota la voluntad de tender positivamente la mirada hacia el futuro.La digresión viene a cuento de la última Fiesta Nacional del Chamamé, realizada con un fenomenal éxito de asistencia en el Anfiteatro Cocomarola.

Lleno de público, grandes figuras de nuestra música y una ambiciosa puesta escénica parecen sinónimo de éxito. Lamento discrepar: abrigo el temor que en el formato de gestión adoptado para la realización de esta celebración popular radique el germen de su agonía. Y paso a explicar el sustento de tan apocalíptico aserto.
El resurgimiento

Tuve el honor de ser el responsable de la organización de cuatro fiestas (de la 14ª a la 17ª) y de haber logrado su reconocimiento como Fiesta del Chamamé del MERCOSUR. Ello, partiendo virtualmente de cero, dado que en el año 2003 el evento se hallaba reducido a dimensiones locales, presentaba una muy modesta propuesta artística, carecía por completo de convocatoria y se realizaba en un anfiteatro virtualmente arrasado.El equipo de talentosos técnicos y artistas que proveyó a su renacimiento imaginó una receta para su paulatina recuperación. Con ejes en una programación de excelencia, el aporte de una planta sonora y lumínica de igual jerarquía, el reconocimiento de las diferentes contribuciones (estilísticas, etarias, conceptuales) en forma de una cartelera amplia y diversa y la restauración edilicia del Anfiteatro Cocomarola, el criterio central fue un tránsito paulatino a la sustentabilidad.

¿Adónde apuntamos con ese concepto? La lectura de la serie histórica de vaivenes, alzas y bajas de la Fiesta del Chamamé señalaba el claro interés concitado por la celebración, en tanto que sus eclipses se vinculaban con las crisis económicas nacionales o institucionales de la provincia. O sea: la propuesta artística era atractiva, el público respondía. pero el organizador claudicaba esporádicamente. Frente a eso, la respuesta era perseverar en un formato previsible, de crecimiento constante, en una fecha fija del calendario y propendiendo al autofinanciamiento de la fiesta.El estado, como gestor y soporte del proyecto, debía concebir una secuencia en la cual los ingresos de la fiesta tendieran paulatinamente a equilibrar los egresos.

Ello implicaba operar sobre un persistente aumento de la recaudación por boletería y la contribución de patrocinantes no-estatales. Las variables que conducen a esos resultados son básicamente las enunciadas: trabajo organizado, anticipado y previsible del grupo de coordinación; una cartelera permanentemente convocante, aunque dotada de capacidad de sorpresa y renovación; articulación con actores oficiales y privados del área de Turismo, capitalizando su potencial como atractivo para visitantes de otras provincias y el MERCOSUR; televisación y difusión a través de medios nacionales.

La insistencia en estos criterios redundaría a la postre en un flujo de patrocinantes que reduzca el proporcional de soporte presupuestario proveniente del erario; por ende, se constituye en un seguro anticíclico, anticipándose a las periódicas crisis de caja del gobierno provincial.Así las cosas, la fiesta fue creciendo desde las tribunas vacías del 2003 al lleno casi absoluto del 2007; de la agonía a un espacio en la gran agenda de las fiestas populares, agregando un cuarto día en la XVII Fiesta y la promesa (incumplida) de una quinta jornada para el 2008. Cada vez más empresas aportaban a su sostén y, acudiendo al atractivo de bonos multi-acceso y sorteos, se logró un satisfactorio nivel de recaudación.

El presupuesto de la XVII Fiesta fue de $350.000 y se recuperaron -ya deducidos los gastos y derechos artísticos- casi $100.000 para las arcas del Teatro Vera, responsable formal de la organización.Fue fundamental el funcionamiento de una red de alianzas dentro del propio aparato del estado, constituido por organismos y funcionarios que participaron de la visión y cooperaron en su desarrollo. Más allá del ejecutivo que convalidó la apuesta en el 2003, fue permanente el sostén brindado por el Instituto de Viviendas de Corrientes, el Instituto de Lotería, el área provincial de Turismo, la Casa de Corrientes en Buenos Aires, la Policía de la Provincia y la Dirección de Energía, entre otros.
Más de lo mismo.
Pero, he aquí que este año se optó por un concepto organizativo diferente. El presupuesto se triplicó hasta llegar a $1.160.000 y, considerando que no hubo retorno vía boleterías pero sí aportes de otras áreas, perfectamente puede considerarse que se cuadruplicó. No se acudió al patrocinio privado. Se asignaron las entradas a organizaciones de bien público, lo que hubiera sido loable si la distribución hubiese guardado proporción con la capacidad de venta de estas organizaciones. La recaudación genuina fue irrisoria. Se gastaron sumas ingentes en fabulosos recursos técnicos, en un alarde casi impúdico cuando se retacean los fondos a celebraciones populares del interior de la provincia, fundamentalmente en los municipios conducidos por "los otros", categoría que castiga a todos los ciudadanos correntinos que han optado por gobiernos comunales indóciles con el poder central.

Este formato de fiesta, ostentoso y clientelista, durará tanto como la bonanza económica y dependerá siempre del estado, con eje en la conveniencia que el ejecutivo deduce le reporta. Si la visión organizativa proviene de la Cultura, se procurará garantizar su perdurabilidad; si se lo observa desde la política partidaria, será una pieza más del ajedrez electoral.Habrá quien piense que reflexiono motivado por el despecho: nada más equivocado. Siento cada paso adelante de la Fiesta del Chamamé como un triunfo de nuestra Cultura, pero mucho sospecho que este dispendio no haya significado un avance.

Creo en los desarrollos paulatinos, mesurados y sustentables, no en los alardes de billetera de administradores con ínfulas.Y en el supuesto que existiera tanta plata para gastar que urgiese triplicar el presupuesto del ejercicio anterior, me atrevo a sugerir un grupo de acciones que provean sustento al chamamé y la fiesta con vistas al futuro.

Por ejemplo, reforzar dramáticamente los circuitos de selección y representación en los municipios con fuerte arraigo chamamecero, concluyendo en las prefiestas locales; apoyar a las peñas, talleres, grupos de danza y agrupaciones tradicionalistas que actúan a nivel comunal y barrial, sosteniendo este magnífico semillero de artistas; garantizar la circulación provincial y regional de los grupos emergentes, que tantas veces están inhibidos del reconocimiento masivo por la misma imposibilidad de mostrarse; finalmente, invertir responsablemente en el replanteo y refuncionalización del Anfiteatro Cocomarola, vulnerable en lo físico e infradotado en su planta de personal.


A buen entendedor
Amigos bien intencionados, a quienes anticipé mi idea de hacer conocer mi parecer sobre el tema, me previnieron acerca del modo en que serían interpretadas estas reflexiones y la factibilidad que el poder de fuego de un gobierno habituado a las campañas de prensa se volcara en mi contra. Es posible, pero me cabe la certidumbre que la expresión de opiniones honestas no está sujeta al sentido de la oportunidad. Lo digo porque lo pienso y firmo debajo. No tengo el hábito de encomendar a ningún amanuense la formulación de mis ideas y (mucho menos) agazapado en las sombras.Temo genuinamente que el terreno ganado en el crecimiento de la Fiesta Nacional del Chamamé se pierda en decisiones erróneas, en la destrucción de su natural sustentabilidad y sea simplemente contabilizado como capital electoral.

Eso constituiría una afrenta a la devoción de una comunidad que es su verdadera propietaria y a los artistas, oficiantes del rito mayor de la religión chamamecera.


Norberto Lischinsky

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