martes, 9 de octubre de 2007

Sobre el libro DE LAS MUSAS DE MI VIDA -


La tragedia de Bella Vista-
Un Nuevo 8 de Setiembre

por Marta Chemes

Cada año, cuando se acerca caray Setiembre, tengo la sensación de que “tengo que pagar una deuda que otros no pagaron…”
Es así: queda latiendo la injusticia de una generación de músicos perdidos, (y otros lastimados por tan dura experiencia...)
Este año…vuelvo a recordar la reflexión de Paí Julián Zinni, cuando dijo ..” ha de ser que Bella Vista es nomás La Puerta del Cielo..porque por ahí entraron nuestros musiqueros …”!! Y me colma de paz la poesía de Julián que me deja mirar el río por ahí, soñando con el recuerdo de mis queridos amigos!!
Este año, quiero compartir con los lectores, un episodio del relato autobiográfico de mi amigo Tito Gómez…(uno de los “renacidos de Bella Vista…”).En su trabajo “De las musas de mi vida” cuenta con el corazón en la mano, su fuerte experiencia…
Deseo que sea motivo de profunda reflexión…
por todas las connotaciones que pueden ayudar a nuestros candidatos a gobernantes a hacerse cargo del Patrimonio Cultural invalorable que son los Artistas Populares…esos, cuya misión en la vida, es hacernos más felices; hacernos sentir orgullosos de nuestra tierra, de nuestro acervo; regalarnos la alegría de la música, la danza, la poesía, el canto, y esas tremendas vivencias que nos permiten sabernos pertenecientes a la tierra más hermosa y que deseamos profundamente que vuelva a ser…”La Tierra sin Mal” !!! Marta Chemes*

A continuación: “De Las Musas de mi Vida” Autor: Tito Gómez


La tragedia del 8 de Septiembre de 1989

Convocados para representar a Corrientes en el Festival Internacional de Folklore en Niza, Francia, comenzamos a ensayar un grupo de conjuntos, solistas, cuerpos de danzas y recitadores en las instalaciones de la Sociedad Italiana. Habíamos logrado una cohesión y un nivel artístico, quizás inalcanzado en Corrientes.
Prestigiando esta delegación, acudieron a participar artistas de Resistencia, Chaco. El resultado, con la genial puesta en escena de Dante Cena, desbordó la más exigente de las expectativas.
Muchos fueron los sueños depositados en ese viaje. Por nuestra parte, nosotros, los de “Reencuentro”, utilizaríamos solamente el pasaje de ida. Desde Francia, pensábamos viajar a España donde nos esperaba uno de los guitarristas de Alfredo Zitarroza, el entrerriano “Dioni” Velázquez. Éste, nos había escuchado en su pueblito natal de Santa Elena, en el “Festival de la Chamarrita”, y quedó muy impresionado por la forma en que sonaba nuestro conjunto.
Apenas bajamos del escenario, lo apartó al “Gringo” quien luego de dos horas de conversación, me contó que “Dioni”, quién residía desde hacía años en España nos proponía que fuéramos todos a intentar suerte allá – por supuesto, nos dijo, yo quiero tocar con ustedes la primera guitarra -.
Lamentablemente, muy lamentablemente, ese viaje no se concretó: a 24 horas de la partida, el entonces Director de Turismo Julio Traynor, suspendió sin motivo aparente nuestra participación en el festival. La indignación de todos fue enorme; para solventar los gastos del viaje muchos habían malvendido sus departamentos ó sus automóviles... para nada…
Como la integridad de ese funcionario corría peligro, éste optó por desaparecer de su lugar de trabajo y de su domicilio por largo tiempo.
(...)
Un mes más tarde, el viernes 8 íbamos a presentar nuestra delegación en Bella Vista. El sábado 9 nos tocaba ir a Formosa, y el domingo 10 estaba previsto el Domo del Centenario de Resistencia.
Con cierto retraso, partíamos desde Corrientes rumbo a Bella Vista.
Apenas llegamos, descendimos todos en el Club Juventud; los cuerpos de danzas se quedaron para ensayar, la gente de sonido de FONEA -Raúl Díaz y Patricia Semper-, también descendió junto al equipo de iluminación y efectos especiales, para montar todo y preparar el espectáculo de la noche.
De pronto “Yacaré” Aguirre dijo en voz alta: “a ver, vengan conmigo a la radio todos los músicos para que Bella Vista se entere de que ya llegamos”.
Partimos en el mismo micro, trece personas, diez músicos, dos choferes y un bailarín llamado “Puchi” González, que, como estaba cansado, (había vuelto de una peregrinación a Itatí), ni se enteró que, sería involuntario protagonista de la tragedia, puesto que no se bajó en el Club ni en la radio, y continuó durmiendo en su asiento del micro.
(...)
Eran las 19:40 cuando ascendimos nuevamente al micro. Escuché una voz que no pude precisar de quién era, que le dijo al chico que manejaba: “¡dale, dale, que llegamos tarde!”.
Al poner en marcha el Aklo, (tal era la marca del colectivo), de procedencia inglesa, muy antiguo y maltrecho, observé encendida en el tablero una luz roja, la que según después supe, indicaba falta de aire en el compresor, ya que éste, se había descargado en su totalidad a través de los pulmones de freno averiados.
Llegamos a la esquina, donde debíamos girar a la izquierda para retomar la calle Buenos Aires, pero una camioneta mal estacionada, nos impidió la maniobra.
Nuestro chofer, colocó entonces la trompa del vehículo en la bajada, trabando por precaución la rueda delantera derecha contra el cordón derecho de la vereda. Luego, en reversa, intentó retroceder ese par de metros. Pese a acelerar a pleno motor, no consiguió salir de la bocacalle que sería luego nuestra trampa mortal. El chofer no sabía que al final de esa bajada estaba el Paraná, que de día, se divisa claramente desde allí; pero había oscurecido y nuestra visión llegaba tan sólo, hasta donde alumbraban los faros del micro.
Ante lo infructuoso de los intentos, Ricardo Scófano, (nacido en Bella Vista y conocedor de la zona), le dijo al conductor: “esta porquería no va a subir marcha atrás, mas vale que des la vuelta por abajo y salimos por la otra calle”. Obviamente, nadie, excepto el chofer, sabía de la falta de presión en el compresor.
Ante el apuro de los que conducían “La Delegación”, el chofer, creyendo que esa bajada se transformaría luego de unos metros en terreno llano, destrabó la rueda delantera para continuar la marcha por esa calle. Ya en los primeros metros del recorrido, el micro fue tomando una aceleración inusitada, y la primera curva de la pendiente ya la tomó fuera de control, balanceándose hacia los costados. ¡¡¡Los frenos no funcionaban!!! ¡¡¡Mis ojos iban fijados en los brazos del conductor ya que de ellos dependía mi vida!!! Como no sabía que debajo de la pendiente estaba el río, yo esperaba en cualquier momento el corte en la carne o la fractura en los huesos, ya que esperaba el impacto del vehículo sin control contra algo o el vuelco, pero jamás el agua!!!.
El pánico se generalizó: entre los gritos de los que estábamos dentro, recuerdo la voz de Ricardo repitiendo desesperadamente: “¡¡¡este colectivo no tiene frenos!!!” “¡¡¡este colectivo no tiene frenos!!!”.
Esos gritos, sumados a los gritos de terror de todos los que íbamos arriba del micro y el fragor de los neumáticos del Aklo rodando a toda velocidad fueron lo que más impresionó - según supimos después - a los testigos presenciales de la caída. Un peritaje ulterior, estableció que habíamos alcanzado los ¡104 km./h.!
Luego de unos 300 metros de carrera desenfrenada, el colectivo despegó el tren delantero del suelo, volteó como a un junco una palmera, y con las ruedas traseras derribó la baranda de la costanera. Un par de segundos antes de iniciar el vuelo por el aire, Scófano gritó: “¡guarda que nos vamos al agua!”.
Zito Segovia, que iba sentado en el apoyabrazos del asiento contiguo al mío, pasillo de por medio, me aturdió con otro grito desgarrador: “¡Jesús, yo no sé nadaaar!”.
(...)
El peso del motor inclinó la trompa del micro hacia abajo, haciendo que éste cayera en zambullida vertical contra el agua. Al impactar, estalló el parabrisas y el agua irrumpió violentamente al interior, impidiendo a los choferes despegarse de sus asientos. Recuerdo que hacía mucho frío, razón por la que todos íbamos abrigados con camperas y todas las ventanillas del micro estaban cerradas.
Conté uno, dos, tres antes que el agua me cubriera. - Difícilmente, un ser humano normal, sería capaz de pensar que hacer en tres segundos –. Aspiré hondamente aire en mis pulmones, y una fracción de segundo antes de entrar en el túnel oscuro alcancé a ver que Carlos Miño, ya tenía medio cuerpo fuera de la ventanilla. Actué rápidamente; no sé si por imitación ó por inspiración divina: me tomé del parante de la ventanilla, esperé que Carlos terminara de salir y ya sin ver nada, intenté seguirlo.
Lo que entiendo que fue la succión del colectivo al hundirse, me impedía desprenderme de él. Recién cuando éste tocó el fondo del río, conseguí despegarme. Sin saber nadar, braceando desesperadamente, y sin saber cómo, salí, al cabo de una eternidad, a la superficie. Sin mis anteojos y en plena oscuridad, no alcanzaba a divisar ningún punto de referencia más allá de escuchar los gritos de mis compañeros de infortunio, pidiendo desesperadamente auxilio.
Pensaba – ojalá que no me dé un calambre, ojalá que ninguno de los que están alrededor mío se me aferre, porque nos ahogaríamos los dos –.
(...).
Después de unos minutos, que me parecieron eternos, interminables, para mi fortuna, “Mozú”, un pescador que escuchó mis desesperados pedidos de auxilio, corrió por la costanera hasta el lugar desde el cual el río me llevaba inexorablemente hacia la muerte. ¡Vení nadando para acá! - me gritó – ¡¡¡No sé nadaaaar!!! fue mi respuesta en igual tono. Escuché entonces: ¡ahí va un salvavidas!
El único sentido que conservaba, mi oído, ya que mis anteojos de ver, los perdí al primer contacto con la corriente, me orientó en el momento en que braceé como pude, hacia donde me pareció que había chapoteado al caer, el providencial auxilio. Como pude me introduje en el salvavidas, que me colocó a ras del agua, horizontalmente. Recién entonces, tomé conciencia de que había estado flotando en posición vertical.
Alcancé la costa con mucha dificultad ya que repito, no sabía nadar y, cuando ya estaba al límite de mis fuerzas, mi salvador me ayudó a trepar a la costanera. Le grité entonces: “¡corré a auxiliar a los demás!”, creyendo que por haberme salvado a mí, tenía facultades para hacerlo con los otros…
(...).
Las víctimas fueron: los dos choferes del colectivo, Joaquín Adán y Miguel Ángel “Míchel” Sheridan, “Yacaré” Aguirre, Jhony Bher, “Chango” Paniagua y Zito Segovia.
Diría yo el domingo 10, cuando con Alfredo Humberto Norniella, el único periodista con el que, en razón de su vieja amistad conmigo y con el grupo, acepté hacer una nota televisiva. No me parecía ético hacerlo con todos, ante tamaña tragedia y con la presencia visible de los familiares de las víctimas.
Otros, no lo entendieron así…
(...)
Los suboficiales de la Prefectura nos condujeron a las dependencias internas del destacamento. Nos abrigaron con frazadas, que no alcanzaban de ninguna manera, para mitigar el frío del alma...
Recién después logré entender que los que no habían salido hasta ese momento, ya no tendrían chance de sobrevivir…

Por ellos; cada 8 de setiembre, es necesario pensar qué nos falta por hacer para que estas cosas, no sucedan nunca más!!
Marta Chemes


*www.ejendugabinete.com.ar

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