sábado, 30 de junio de 2007

GERARDO PISARELLO


Recorrer a Pisarello
- sobre la reedición
de Che Retá -(*)

Por Roxana Amarilla
Recorrer a Pisarello, es re correr la vida y la obra de un intelectual tapado bajo el polvo sosegado de la desmemoria. Una figura que apenas asoma –hoy día- en el mapa de la literatura argentina del siglo XX, como esos hallazgos que el mismo tan bien detalla en “Los muchachos”, una de las estampas de Che Retá:

Ya están en marcha. Pasan de largo por el camino enfilado entre los talares. Al lado, bajo una de las plantas, asoma clavada una cruz de madera. Está metida en medio de un corralito de alambre; de un brazo de la cruz flamea un paño blanco, bordeado de encaje. La señal perdurable del lugar donde un hombre ha sido muerto en una pelea.

Pienso en los caminos que me llevaron a Gerardo Pisarello. Un ejemplar de Pan Curuíca editado por una imprenta local, Moglia Ediciones, gente sensible esta de la ciudad de Corrientes. Seguro que Arturo Zamudio Barrios, un ensayista que se dedicó a la profundidad de la obra de Pisarello, tuvo que ver en esta elección. La referencia política, otro camino. Los círculos, los inesperados núcleos de pensadores y militantes de la izquierda correntina, todos lectores de Gerardo Pisarello. Su referencia, en algún trabajo de Veiravé sobre el regionalismo. La dedicatoria de Pino Solanas en la película Sur, la evocación de Tito Cossa en su Yepetto, la mención de Hugo Chumbita cuando aborda “el santoral gauchesco que tiene una inusitada riqueza en la Provincia de Corrientes”, hablando de el “Lega”.

Hablo de un escritor nacido en Saladas el 7 de septiembre de 1898, antiguo pueblo correntino al que volvía en los veranos para escribir. Publicó "La Mano en la Tierra" (poemas en prosa, 1939), "Che retá" (imágenes y recuerdos de Saladas, 1946), "Pan Curuica" (cuentos, 1956), "Las Lagunas" (1965), "La Poca Gente" (1972),"En el Recuerdo de los Años" (memorias). En esta obra aparece como un patrimonio de lejana solidez, la gente de su tierra, nuestra tierra, tal como la describe en “La Noche”.

De tanto en tanto, un paisano cruzaba los caminos arrancando a su coraje un grito, y lo hundía en el silencio, cortando las sombras. El grito golpeaba, en el pueblo, viboreaba las calles, se ahogaba en las casas; parecía como un tronco de desesperación que los perros mordían en el aire. Pero, escuchándolo mejor, era una herida abierta en el corazón de la noche correntina.

Esa herida abierta como la insistencia también lo refleja. Su obra no se encuentra hoy en las librerías de Buenos Aires – y si no encontramos en Buenos Aires, tampoco encontramos en el resto del país-
Recuerdo entonces a Miguel Angel Aguirre, amigo y lector de Pisarello, médico cincuentón ya, que vivió el mismo derrotero, de su pueblo natal correntino a Buenos Aires. El me dijo, “la desolación uno la siente cuando lee Viento Norte.
El escritor relata:

Al mediodía el viento norte que ha alcanzado la plenitud de su fuerza, tiene desatado a los mil demonios que pelean por él. Se lo ve entonces tal como es, con una monotonía áspera, cual si lo penetrara el desierto o lo movieran instintos de selva. Satánico viento que sacude la tierra y las plantas, que acumula calor hasta el bochorno y lo deja en una capa de plomo sobre el ánimo.

La reaparición de Che Retá en el Acto Oficial de la provincia de Corrientes en la 33 Feria del Libro de Buenos Aires, pone a este autor al alcance de otros nuevos pisarellianos, y se engrandece entonces por la propia recreación del análisis el hecho de la reedición.
Sobre este anclaje dice Cristina Iglesia, que el universo autobiográfico del escritor esta en su entorno, una cercanía dotada de gran belleza, como el lugar “Rincón de Amores”, lindante con la famosa Laguna Guazú, célebre entre otras cosas por ser escondite de bandidos y patio de chamameceada.
Las canciones se enraizaban en la voz del cantor, se ahogaban en ella. No conocían la abierta expansión del aire; como si se pegaran en la tierra y rodaran por el campo, era en la laguna donde volvían a morir en la dulce entrega de la noche.
Otro tanto hacía la música del acordeón. La tristeza se estiraba a lo largo del instrumento y se ahogaba también para comenzar de nuevo. Y acercándose y alejándose, un lamento desgarrado caía interminable sobre la laguna. Golpes de viento lo alzaba en el espacio, lo fundía en sombras.
En un silencio de palabras, escuchábamos la expansión del “Rincón de Amores”. Esa era la alegría de los pobres. La laguna Guazú la reflejaba, y mirándola nosotros sentíamos crecer la noche.

Era posible leerlo a Gerardo Pisarello en un país donde la figura del editor era significativa, era angular. La intensa labor intelectual y literaria de las editoriales nacionales, la mediación o intermediación del personaje clave en la industria del editoreo, hoy es anulada por la conglomerización y la lectura fácil. El aporte cultural significativo de los editores argentinos han hecho posible acceder a una obra no complaciente con el latifundio, con el retrato inconcebible de la pobreza, una obra antifascista, y al decir de Carlos Altamirano, el primer intento serio de unir el rasgo guaranítico rural con la denuncia social.

Hoy, es el estado quien asume el desafío de poner a nuestro alcance esta obra escondida. Un estado en vías de recuperación, lo hizo ya hace dos años, en el Homenaje en la Biblioteca Nacional, donde Pino Solanas, Araceli Mendez de Ferreyra y Carlos Altamirano lo recordaron, invitados por Horacio González. Y Corrientes, con la mediación de Norberto Lischinsky – escritor- es quien reedita Che Retá, las estampas lagunares de Gerardo Pisarello.
De estas estampas, una de las más extraordinarias- e interpretando “lo extraordinario” como la capacidad de lograr la síntesis – se titula “Hay gauchos”:

-Probe- oíase decir como el amén de un rezo
-Probecito- insitía la compasión en la voz apagada de las viejas-. El probecito mucho padeció y Dios lo tenga en su santo descanso.
Y en la compasión de esas gentes humildes, Lega entró a descansar en el cementerio de Saladas. Allí un día, se señalo su tumba en la tierra que crecía en yuyos, y manos caritativas le cubrieron de ladrillo y cal; así, nadie pisaría aquel recinto fúnebre. Le encontraron filiación política, y desde entonces, cintas coloradas vuelan su sangre al viento. Sumanse los años: 10, 20, 30.... y la tumba de Lega va aureolándose. Cada lunes, la gente se acerca a prenderle las velas de su devoción; y en los días de Difunto, con las velas coloradas y las cintas coloradas que allí se prenden, es como si Lega volviera a mostrar sobre su tumba la sangre de su muerte. Corre esta vez la cera derretida; cae pesadamente en la tierra buscando sus cenizas. Entre la gente que permanece reunida, de pie, contemplando la tumba, de pronto, una mujer del pueblo se abre paso. Atrás le sigue la rezadora del cementerio.

-Venga- se le oye decir-, rece a Lega.... y pídale que haga llover. Y como hablando consigo misma, concluye:
Solamente el, que padeció tanto en esta vida, se ha de compadecer de nosotros, los probes.

Gerardo Pisarello falleció el 21 de Abril de 1986, a los 88 años de edad. -


(*) Texto leído en la última 33ra. edición de la Feria del Libro de Buenos Aires –Acto en el día de la provincia de Corrientes-

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