CUATRO NARRADORES Y UN EXILIO: CORTÁZAR
“El dìa menos pensado me tomo el Conte
Roso y a Parìs.
Tomar mate allà y escuchar a Gardel, escribir cartas pidiendo
cigarrillos Particulares, yerba y los recortes de Mafalda.
Un argentino que no
fue a Parìs es una especie de uruguayo”.
Abelardo Castillo (Las
panteras y el templo)
El exilio (con causa justificada), el
autoexilio (me fui porque tenía ganas), el yo, el narrador, la primera persona,
Cortàzar (el corredor de Bolsa).
La autobiografía, la ficción como
convención literaria aceptada independientemente de su contenido real, la
ficción con ingredientes de la realidad, la realidad con ingredientes
ficcionales. Cortàzar, un cuento, una ficción, “El otro cielo”, una autobiografía
con ingredientes ficcionales (licencia o convención del cuento, escudo del
narrador) o una ficción con ingredientes de la realidad? ¿Quièn es el que
habla, el narrador, Cortázar? No importa demasiado o importa? Hay mas de un
narrador? O son identidades intercambiables de las distintas épocas biográficas
de uno solo: Cortàzar?
El corredor de Bolsa, el argentino, el sudaca en Parìs,
Paul el Marselles? Los escudos, los guiños literarios, las influencias, el
posmodernismo desafinando el compàs musical del clásico por cuatro argentino,
la revolución, la vanguardia, la influencia de Proust, (en que escritor no se
nota, si Proust inaugura de laguna manera la novela psicológica), la presencia
constante del yo que narra, el tiempo como gran protagonista del relato, la
ìntima conexión entre los recuerdos y las vivencias actuales, donde se ven
claramente los saltos en el tiempo: de Parìs a Buenos Aires, de Buenos Aires a
Parìs, de la adultez a la infancia, de la infancia a la adultez, Cortázar,
recurre como muchos otros novelistas actuales, a èste recurso de modo habitual
y sin anunciarlo, la evocación de la infancia en la adultez como refugio, como
mecanismo de evasión, un juego mágico del narrador, a través del cuàl logra
trazar los puentes , uniendo esas sensaciones a través del tiempo:”aceptando
sin resistencia que se pueda ir de una cosa a otra”, los recuerdos, las
impresiones personales, permitiendo la coexistencia simultànea de dos
realidades, el recuerdo evocado por el pasado que se transforma en presente en
el acto mismo de su evocación.
Confunde al narrador o el narrador se deja
confundir, es el perseguidor o el perseguido por el recuerdo: “Me ocurrìa a
veces que todo se dejaba andar, se ablandaba y cedìa terreno…. Digo que me
ocurrìa, aunque una estúpida esperanza quisiera creer que acaso ha de ocurrirme
todavía”. “Hay ratos en que vuelvo a decirme que ya sería tiempo de retornar a
mi barrio preferido, olvidarme de mis ocupaciones……” No hay barreras entre las
cosas, todo se comunica y coexiste, Parìs con Buenos Aires, la infancia con la
adultez.
Podríamos decir que el subjetivismo
proustiano està presente en Cortázar como subjetivismo del protagonista, pero
que es Cortázar y no el corredor de Bolsa el que realiza èste posmoderno y
complejo procedimiento estilístico. El mundo contado a partir de las
sensaciones y sentimientos del protagonista, gana en riqueza y profundidad,
acercándonos a otra realidad que no es la de los hechos puros contados por un
cronista imparcial y objetivo, que no involucra sus sentimientos por temor a
deformar los hechos.
El narrador posmoderno de Cortázar,
subordina los hechos sociales a sus preferencias personales y deseos màs
íntimos, la historia es su historia, su relación con ella, su negación o evasión a partir del recuerdo, su indiferencia
social y política, su falta de principios, su culto personal, aparece como la
contracara del narrador objetivo, imparcial, pero no por eso menos comprometido
con los hechos.
El corredor de Bolsa es el centro del
mundo, el rebelde, el abanderado de la libertad, de su libertad individual,
liberado de las ataduras sociales, de su ciudadanía política, inventa su propia
política como nueva carta de ciudadanía: el ciudadano definido màs que por sus
preferencias políticas, por sus preferencias callejeras: el protagonista, el
narrador, Cortázar, ingresando”en la deriva placentera del ciudadano que se
deja llevar por sus preferencias callejeras”, se pregunta “sin demasiado
entusiasmo si cuando lleguen las elecciones votarà por Peròn o Tamborini, si
votarà en blanco o sencillamente se quedarà en casa tomando mate y mirando a
Irma y a las plantas del patio”.
Su patria secreta es la ciudad de Parìs, con
sus galerìas y pasajes que cobran protagonismo en el recuerdo; y que son el
antídoto contra los malos olores, la cerveza rancia, la yerba mate, Buenos
Aires, el Pasaje Guemes. El corredor de Bolsa es el frac, es la màscara que se
pone Cortàzar para expresar su indiferencia frente a los hechos, la
subordinación de los mismos frente al juego macabro y caprichoso de la
subjetividad que desplaza a la realidad a un segundo plano.
Cortázar se recrea a sì mismo en èste
cuento y es un personaje màs del mismo, el latinoamericano sin nombre, al cual
el corredor de Bolsano se anima a acercársele. Otra innovación técnica: el
escritor, narrador y personaje secundario de su propio cuento: coexistencia de
varias voces narrativas.
Orfandad. Aprender a crecer en la calle.
Quemar etapas. “Fui a quitarme la infancia como un traje usado”. Su escuela la
calle, sus madres sustitutas, las prostitutas, “las Joisian de aquèllos días
debían mirarme con un gesto entre maternal y divertido”, el niño-adulto, de
apariencia niño, de mentalidad adulta, 595: “ahì donde lo ves, casi un chico,
verdad que parece un colegial que ha crecido de golpe?”, el adulto-niño, que de
grande se refugia en su infancia. Inadecuación, disconformidad, sufrimiento,
Cortàzar, nos pide conmiseración, comprensión. Fuì huérfano, fuì huérfano, nos
grita. De Padre-Patria.
El barrio de las galerìas, el brillo de
la noche, sus amigas prostitutas que lo esperan en los bares, sus madres, sus
confidentes, su iniciación temprana en la vida adulta.
París evocado en el recuerdo, un antídoto
que lo protege de la realidad, de su pasado argentino, un mundo idealizado
viviendo como en una burbuja, la noche como liberación del peso de la rutina,
de la carga de los horarios fijos del dìa.
Escapsimo, carga, peso, Parìs, pero un
Parìs idealizado por sus calles, un parque de la ciudad adaptado a sus deseos
de niño, la guerra, el espectáculo de la guillotina, un entretenimiento
posmoderno, el tren fantasma que lo asusta y lo divierte,un espectáculo banal,
al que asiste con sus amigos como si fuera un recital de rock.
Un mundo idealizado sin terror, sin
guerras ni frìo. Un mundo que lo protege y le abre los brazos en un gesto
maternal. La Madre Patria, Parìs. El calor de las galerìas y de los amigos, su
refugio personal contra las circunstancias externas que siempre lo arruinan
todo. La nieve, también la nieve.
Protección, abrigo, comodidad, confort:
su hogar, la calle, su casa, un martirio, que le recuerda su infancia adulta,
un niño corriente que todavía vive con su madre. El barrio de las galerìas, los
cafès nocturnos, los amigos, lo liberan del peso de esa rutina de horarios
fijos, y tareas ordinarias como tomar mate y hablar de política nacional. Se
escapa de su casa cuando lo agobia esa vida corriente, se siente seducido por
ese mundo bohemio, que lo convierte en un adulto. Pero es solo la apariencia de
adultez, la pose: “con unos miserables centavos en el bolsillo, pero andando
como un hombre, el chambergo repintado y las manos en los bolsillos”. Ese mundo
adulto le cierra las puertas al niño que crece de golpe, al que todavía se le
nota la infancia en la cara.
Cortázar huye, se escapa, de París, de la
Argentina, de su infancia, de su vida adulta, de acuerdo al giro que toman los
acontecimientos. Todo se debe adaptar al Ital Park que lleva en su cabeza, se
refugia en su casa de Argentina, cuando el terror y la guerra acechan en París
y él mismo se pregunta cuando dejará de escapar de la realidad. Cuando su casa
le hace ver su infancia adulta, se escapa de su casa para volver a la vida
bohemia, allí donde se siente verdaderamente un adulto.
El mundo artificial de la noche, con otro
cielo, “falso cielo de estucos y claraboyas sucias”, ignorando el estúpido sol
del día, el de la rutina de los horarios fijos, la vida corriente. La familia,
el trabajo, los titulares de los diarios, la política nacional, la Argentina.
París y Buenos Aires, dos mundos
distintos, el día y la noche, mutuamente ignorados, dos épocas distintas, la
infancia y la adultez, unidas a través de puentes que va tejiendo el recuerdo
del narrador, los narradores, el narrador de París, corresponsal en Buenos
Aires, el narrador de Buenos Aires, corresponsal en París. Cortázar, el
latinoamericano sin nombre en París, su muerte es la metáfora de un
acontecimiento que se venía aplazando eternamente, la infancia, el fin de la
misma, la muerte de su infancia, ni siquiera argentina, latinoamericana,
sudaca, para dar nacimiento a una etapa de su vida, la de Paul el marsellés.
“me enteré del final del sudamericano, ni siquiera entonces sospeché que estaba
viviendo un aplazamiento, una última gracia”(605).
De latinoamericano indocumentado a ciudadano
parisino, un niño obligado a crecer a los tumbos, la noche que artificialmente
lo libera del peso de la realidad. La ciudad, un personaje central del cuento,
las calles nombradas, como entidades personales, testigos mudos del paseo
azaroso de un transeúnte confundido y abrumado por la rutina del día, liberado
de las ataduras sociales por la noche.
Liberado del peso de su conciencia
social, inmune frente al peligro, finalmente tiene que ceder ante los
acontecimientos, tomar conciencia, casarse, volver a la rutina laboral,
situaciones imprevistas, imponderables que fuerzan un cambio de rumbo en su
vida, como el ataque cardíaco de su padre, el trabajo, las obligaciones
familiares, la política, todo es una vuelta al lugar de donde se escapó: la
realidad. Esa que agobia a todo escritor que recurre a la ficción, como escudo
personal que lo protege contra el horror de tener que asumir ciertas
responsabilidades sociales. De tener que ser un adulto, que se asume como actor
social y participante de la historia, y no un espectador pasivo que ve pasar
los acontecimientos en pantalla gigante.
Al final del cuento Cortázar, el de las
identidades mutantes, el latinoamericano sin nombre, el sudaca, se legaliza y
es Paul el marsellés. El luchador cosmopolita, abogando por los derechos
humanos universales, le da la espalda a la Argentina cuya democracia rutinaria
lo aburre, el voto, un invento del reformismo burgués para silenciar los
cambios revolucionarios, abruptos, poco perdurables, aventureros, bohemios, sin
horarios fijos.
MARTIN LOTERO
Licenciado en
Sociología (UBA)