ENRIQUE
ACUÑA: EPIFANÍA
DE LOS EPITAFIOS*
Por Martín Alvarenga
Las huellas del misterio
Mi aseveración acerca de
esta propuesta poética, radica en la intención de atrapar las huellas de lo
real inexplorado y la sensación que conlleva el abordaje ante la imposibilidad
de atrapar ese arcano, en la palpitación dinámica entre la epifanía y el epitafio.
La palabra nunca se abre ni
se cierra del todo en cualquier contexto, ya sea en la sucesión o en la
simultaneidad de la travesura del tiempo. Epifanía
o teofanía, manifestación de lo sobrenatural o experiencia visionaria; epitafio, homenaje en micro-texto en la
lápida que registra la voluntad resumida de una vida, también elegía, aforismo,
sentencia o poema comprimido en unas líneas, acerca de alguien que ha partido
para no volver al pequeño gran reino e infierno de ese mundo.
El poeta discurre en el
atolladero del insomnio en procura de hurgar esa dualidad pretérita y prístina
entre el principio y el fin de lo humano, fuente inagotable de interrogaciones,
dudas y repuestas que no dictan
sentencia final sobre lo que el hombre mismo se pregunta desde que se supo a sí
mismo habitante nómade de este lugar en el cosmos.
De todos modos, el presente
poemario se inclina hacia la afirmación de la vida entre la cadena de
conflictos segmentada por instantes de bonanza, afirmación en cadena que no se
formula blanco sobre negro sino que incluye la miríada de matices de la cual somos
indefensos pararrayos, en las secuencias de la inspiración, la expresión y la
acción del ida y vuelta con el lector que acecha desde siempre.
De manera acentuada, en este
subtrópico, abismado por la palabra-alma, cuerpo-palabra, espíritu-cuerpo que,
en círculos concéntricos nos contrae y nos dilata, a un no lugar y a un no tiempo
en que el epitafio podría ser epifanía o manifestación de un suceso aún no
acreditado en la verbalización del texto.
Encuentro con el
otro-cómplice
Todo autor se encuentra
estimulado por su cultura y por lo que es capaz de generar en el diálogo
intercultural; en particular, en Epifanía
de los epitafios convergen el barroco, el surrealismo más un par de doces
con la poesía concreta y ciertas marcas semánticas de lo guaranítico, que no
hacen más que alimentar la fecundidad preexistente en estos poemas, al punto
hacer un guiño al romanticismo y la nomenclatura del psicoanálisis.
Textos que se fueron amasando hace más de veinte años ahora
viven este parto asombroso de la lectura como interpelación y bumerang, como el
preguntarse inagotable por su recurrente nacimiento.
El prefacio escrito
por Acuña dice: Entonces habría que
vengarse del lenguaje con el lenguaje,
disparar con los puntos sucesivos que fallan en liquidar al autor, al fin un
sujeto nace de sus lágrimas. Y ya no
agoniza. Vale apuntar otra frase suya que está en la apertura del libro: … porque el último epitafio causa la
epifanía por venir. Todo en un ensamble formal resuelto en la confluencia de
lo hermético con lo directo, lo que determina que el lector tome una postura en
la que está en juego el compromiso y no el entretenimiento, un diálogo en
disponibilidad de desafíos y exigencias, sin dejar de lado lo diáfano del campo
afectivo; es decir, el flujo de las pasiones humanas.
Tanteos y hallazgos desde el
sexto sentido
Los tanteos radican en la
necesidad de experimentar o ensayar con los significantes
o la trama de la forma, es así como Enrique transita la disonancia, la arritmia
y las aliteraciones, acentúa su itinerario buceando el juego de voces y los
quiebres en una poética que persigue la eufonía y la identificación con el
delicado equilibro de la lírica; los
hallazgos, se visibilizan en ese deslizamiento en que la poesía surgente nos
ciega con una repentina fosforescencia.
Entre el sonido y el sentido
se desplaza en ida y vuelta el numen del imaginario; el sonido que surge del
habla y se deposita en la escritura, señal de audición deviene memoria acústica
atesorando el silencio diciente del lenguaje, mientras que el sentido vivencia y transmite de la
intimidad latente a la patentización de la escritura, dado que implica el sentir y ─por ende─ el sentimiento asiduo a la lucidez que se instala en aquello que se nombra en la consagración
del encuentro en el espacio milagroso del texto.
Por lo que se
infiere que nuestro autor ratifica lo lírico-iniciático está en la realidad que
nos conmueve y nos revoluciona; un estado de ánimo especial que no es una
mentira, tratándose de una verdad de vibración enlazada con una sublevación del
espíritu en el ensueño que dimana en la fusión de sueño y vigilia.
Epifanía y epitafios en su
espejo sinérgico
Se producen varias
fricciones en esta entrega de Enrique Acuña. La colisión entre el decir y el
callar, la risa y el llanto, la coherencia y el absurdo, el tiempo lineal y el
tiempo circular, la memoria y el olvido. Fricciones que conducen, a la postre,
a la armonización de ese misterioso orbe de la poesía como espesor encerrado y
suelto entre la música y la palabra. Aquí viene el punto en que se debate el
poeta, ser “un pequeño Dios” o “un mensajero de los dioses”, un emisor que revela
o un mediador que es puente frágil de algo que lo antecede, lo coexiste y lo
continúa más allá de sí mismo.
Fenómeno interior aún no
develado que se hamaca entre la solitud y el encuentro, la intimidad secreta y
la épica a cielo descubierto, el libre albedrío y el Azar Inteligente, en los
compartimientos móviles de mito y logos. Títulos de su ficción poética nos
resignifican como lectores y habitantes de un pasaje en que logra la fusión
semántica entre la epifanía y el epitafio, a saber: Soñar en camión, Ciego
sentido, Suerte maldicha, Ojos grises, Vos de voz, Infinitus, Tango abajo y Epílogo.
Acontece así ese
efecto multiplicador, esa polisemia propia de la palabra refractada a través
del discurso, en este desarrollo en que el metalenguaje busca más que en ningún
otro género la concentración de sentido, apelando a una estructura convencional
o informal y tratando ─al mismo tiempo─ de superarla
para el logro de una comunicación con el intento del valor agregado de la
comunión.
Tatuaje
del marco referencial dirigido al centro del mensaje
Esto
no deja de ser más que un puñado de posibilidades que se proyectan en el volumen
de mención en lo que respecta a su artífice, en cuanto a su condición de
psicoanalista, al recibir el legado de la cultura de occidente, aquél que se
denominara El Siglo de las Luces, con
sus dos bifurcaciones, la Ilustración, con el sostén de la razón razonable y el romanticismo con su
ideario de amor, epopeya y hazañas, sueños oscuros que pueblan la relación del
hombre, la naturaleza y lo sobrenatural en contingente síntesis al reconocer su
pivote en la inteligencia de los sueños.
Paralelamente,
otras pasiones convocan al autor, por el sendero de la literatura y la
cinematografía. Su tuteo con el mundo simbólico se anuda con la asociación
libre y la interpretación de los sueños y aquello que canaliza el inconsciente
como fuerza imaginográfica, que lo nutre en la elección alternativa de
encauzarse a dos mundos paralelos, a lo cuales se agrega hace unos años su
interés metódico por la cultura guaraní, haciendo una triangulación de las
ideas-fuerza que motorizan su existencialidad; esto no es azaroso dado que el
autor ha nacido en Corrientes, la tierra del mestizaje que se orienta a lo
multicultural y se aplica también a la poiesis que nos ocupa en esta instancia.
Por
lo apuntado más arriba, me animaría a decir que Epifanía de los epitafios no es muerte, clausura ni punto y aparte,
más bien se trata de un libro que deja puntos suspensivos al lector, puntos en
levitación que indican apertura de vida y su incesante
movilidad, no regida por la exactitud sino por la verosimilitud, no apresada en
un mero espejismo sino catapultada a la sustentación y cualificación de un
universo que vale la pena ser vivido, cantado y voceado apelando a la unión del
sonido con el silencio, del habla con la mudez, de la aprehensible sospecha con
la inaprehensible certeza de habitar y cohabitar una realidad contradictoria,
que se dibuja a sí misma en la forma de un signo de pregunta.
MARTÍN
ALVARENGA
Escritor, pensador, dramaturgo
El universo comienza en Corrientes, en la
orilla feroz de un sol alucinante, Argentina, América Latina, 26/11/13.
(*) Poemario –Letras del Changarito, Dédado, Amuleto. Impreso en México 2013, 51 págs.
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