miércoles, 27 de noviembre de 2013

*Epifanía de los Epitafios* -poemas- de Enrique Acuña. Un comentario de Martín Alvarenga.-



                                 


                                ENRIQUE ACUÑA: EPIFANÍA DE LOS EPITAFIOS*

                                                                                         
                                                                                                            Por Martín Alvarenga


Las huellas del misterio

Mi aseveración acerca de esta propuesta poética, radica en la intención de atrapar las huellas de lo real inexplorado y la sensación que conlleva el abordaje ante la imposibilidad de atrapar ese arcano, en la palpitación dinámica entre la epifanía y el epitafio. 

La palabra nunca se abre ni se cierra del todo en cualquier contexto, ya sea en la sucesión o en la simultaneidad de la travesura del tiempo. Epifanía o teofanía, manifestación de lo sobrenatural o experiencia visionaria; epitafio, homenaje en micro-texto en la lápida que registra la voluntad resumida de una vida, también elegía, aforismo, sentencia o poema comprimido en unas líneas, acerca de alguien que ha partido para no volver al pequeño gran reino e infierno de ese mundo.                                                                                                                            
El poeta discurre en el atolladero del insomnio en procura de hurgar esa dualidad pretérita y prístina entre el principio y el fin de lo humano, fuente inagotable de interrogaciones, dudas y  repuestas que no dictan sentencia final sobre lo que el hombre mismo se pregunta desde que se supo a sí mismo habitante nómade de este lugar en el cosmos. 

De todos modos, el presente poemario se inclina hacia la afirmación de la vida entre la cadena de conflictos segmentada por instantes de bonanza, afirmación en cadena que no se formula blanco sobre negro sino que incluye la miríada de matices de la cual somos indefensos pararrayos, en las secuencias de la inspiración, la expresión y la acción del ida y vuelta con el lector que acecha desde siempre.

De manera acentuada, en este subtrópico, abismado por la palabra-alma, cuerpo-palabra, espíritu-cuerpo que, en círculos concéntricos nos contrae y nos dilata, a un no lugar y a un no tiempo en que el epitafio podría ser epifanía o manifestación de un suceso aún no acreditado en la verbalización del texto.
                  

Encuentro con el otro-cómplice

 Todo autor se encuentra estimulado por su cultura y por lo que es capaz de generar en el diálogo intercultural; en particular, en Epifanía de los epitafios convergen el barroco, el surrealismo más un par de doces con la poesía concreta y ciertas marcas semánticas de lo guaranítico, que no hacen más que alimentar la fecundidad preexistente en estos poemas, al punto hacer un guiño al romanticismo y la nomenclatura del psicoanálisis.
Textos que se fueron amasando hace más de veinte años ahora viven este parto asombroso de la lectura como interpelación y bumerang, como el preguntarse inagotable por su recurrente nacimiento.       
  
  El prefacio escrito por Acuña dice: Entonces habría que vengarse del lenguaje con el lenguaje, disparar con los puntos sucesivos que fallan en liquidar al autor, al fin un sujeto nace de sus lágrimas. Y ya no agoniza. Vale apuntar otra frase suya que está en la apertura del libro: … porque el último epitafio causa la epifanía por venir. Todo en un ensamble formal resuelto en la confluencia de lo hermético con lo directo, lo que determina que el lector tome una postura en la que está en juego el compromiso y no el entretenimiento, un diálogo en disponibilidad de desafíos y exigencias, sin dejar de lado lo diáfano del campo afectivo; es decir, el flujo de las pasiones humanas.


Tanteos y hallazgos desde el sexto sentido

Los tanteos radican en la necesidad de experimentar o ensayar con los significantes o la trama de la forma, es así como Enrique transita la disonancia, la arritmia y las aliteraciones, acentúa su itinerario buceando el juego de voces y los quiebres en una poética que persigue la eufonía y la identificación con el delicado equilibro de la lírica;  los hallazgos, se visibilizan en ese deslizamiento en que la poesía surgente nos ciega con una repentina fosforescencia.

Entre el sonido y el sentido se desplaza en ida y vuelta el numen del imaginario; el sonido que surge del habla y se deposita en la escritura, señal de audición deviene memoria acústica atesorando el silencio diciente del lenguaje, mientras que el sentido vivencia y transmite de la intimidad latente a la patentización de la escritura, dado que implica el sentir y por ende el sentimiento asiduo a la lucidez que se instala en aquello que se nombra en la consagración del encuentro en el espacio milagroso del texto.                                                  

  Por lo que se infiere que nuestro autor ratifica lo lírico-iniciático está en la realidad que nos conmueve y nos revoluciona; un estado de ánimo especial que no es una mentira, tratándose de una verdad de vibración enlazada con una sublevación del espíritu en el ensueño que dimana en la fusión de sueño y vigilia.

Epifanía y epitafios en su espejo sinérgico

Se producen varias fricciones en esta entrega de Enrique Acuña. La colisión entre el decir y el callar, la risa y el llanto, la coherencia y el absurdo, el tiempo lineal y el tiempo circular, la memoria y el olvido. Fricciones que conducen, a la postre, a la armonización de ese misterioso orbe de la poesía como espesor encerrado y suelto entre la música y la palabra. Aquí viene el punto en que se debate el poeta, ser “un pequeño Dios” o “un mensajero de los dioses”, un emisor que revela o un mediador que es puente frágil de algo que lo antecede, lo coexiste y lo continúa más allá de sí mismo.

Fenómeno interior aún no develado que se hamaca entre la solitud y el encuentro, la intimidad secreta y la épica a cielo descubierto, el libre albedrío y el Azar Inteligente, en los compartimientos móviles de mito y logos. Títulos de su ficción poética nos resignifican como lectores y habitantes de un pasaje en que logra la fusión semántica entre la epifanía y el epitafio, a saber: Soñar en camión, Ciego sentido, Suerte maldicha, Ojos grises, Vos de voz, Infinitus, Tango abajo y Epílogo. 

 Acontece así ese efecto multiplicador, esa polisemia propia de la palabra refractada a través del discurso, en este desarrollo en que el metalenguaje busca más que en ningún otro género la concentración de sentido, apelando a una estructura convencional o informal y tratando ─al mismo tiempo─ de superarla para el logro de una comunicación con el intento del valor agregado de la comunión.


Tatuaje del marco referencial dirigido al centro del mensaje

Esto no deja de ser más que un puñado de posibilidades que se proyectan en el volumen de mención en lo que respecta a su artífice, en cuanto a su condición de psicoanalista, al recibir el legado de la cultura de occidente, aquél que se denominara El Siglo de las Luces, con sus dos bifurcaciones, la Ilustración, con el sostén de la razón razonable y el romanticismo con su ideario de amor, epopeya y hazañas, sueños oscuros que pueblan la relación del hombre, la naturaleza y lo sobrenatural en contingente síntesis al reconocer su pivote en la inteligencia de los sueños.                                                                             

Paralelamente, otras pasiones convocan al autor, por el sendero de la literatura y la cinematografía. Su tuteo con el mundo simbólico se anuda con la asociación libre y la interpretación de los sueños y aquello que canaliza el inconsciente como fuerza imaginográfica, que lo nutre en la elección alternativa de encauzarse a dos mundos paralelos, a lo cuales se agrega hace unos años su interés metódico por la cultura guaraní, haciendo una triangulación de las ideas-fuerza que motorizan su existencialidad; esto no es azaroso dado que el autor ha nacido en Corrientes, la tierra del mestizaje que se orienta a lo multicultural y  se aplica también a la poiesis que nos ocupa en esta instancia.                                                                                                                         

Por lo apuntado más arriba, me animaría a decir que Epifanía de los epitafios no es muerte, clausura ni punto y aparte, más bien se trata de un libro que deja puntos suspensivos al lector, puntos en levitación que indican apertura de vida y su incesante movilidad, no regida por la exactitud sino por la verosimilitud, no apresada en un mero espejismo sino catapultada a la sustentación y cualificación de un universo que vale la pena ser vivido, cantado y voceado apelando a la unión del sonido con el silencio, del habla con la mudez, de la aprehensible sospecha con la inaprehensible certeza de habitar y cohabitar una realidad contradictoria, que se dibuja a sí misma en la forma de un signo de pregunta.

           MARTÍN ALVARENGA         
                 Escritor, pensador, dramaturgo
 El universo comienza en Corrientes, en la orilla feroz de un sol alucinante, Argentina, América Latina, 26/11/13.


(*) Poemario –Letras del Changarito, Dédado                                                                            Amuleto. Impreso en México 2013, 51 págs.

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