jueves, 7 de noviembre de 2013

Cuatro narradores y un exilio: Cortázar. -por Martín Lotero-



        


                   CUATRO NARRADORES Y UN EXILIO: CORTÁZAR


“El dìa menos pensado me tomo el Conte Roso y a Parìs. 
Tomar mate allà y escuchar a Gardel, escribir cartas pidiendo cigarrillos Particulares, yerba y los recortes de Mafalda. 
Un argentino que no fue a Parìs es una especie de uruguayo”.



                         Abelardo Castillo (Las panteras y el templo)

El exilio (con causa justificada), el autoexilio (me fui porque tenía ganas), el yo, el narrador, la primera persona, Cortàzar (el corredor de Bolsa).

La autobiografía, la ficción como convención literaria aceptada independientemente de su contenido real, la ficción con ingredientes de la realidad, la realidad con ingredientes ficcionales. Cortàzar, un cuento, una ficción, “El otro cielo”, una autobiografía con ingredientes ficcionales (licencia o convención del cuento, escudo del narrador) o una ficción con ingredientes de la realidad? ¿Quièn es el que habla, el narrador, Cortázar? No importa demasiado o importa? Hay mas de un narrador? O son identidades intercambiables de las distintas épocas biográficas de uno solo: Cortàzar? 

El corredor de Bolsa, el argentino, el sudaca en Parìs, Paul el Marselles? Los escudos, los guiños literarios, las influencias, el posmodernismo desafinando el compàs musical del clásico por cuatro argentino, la revolución, la vanguardia, la influencia de Proust, (en que escritor no se nota, si Proust inaugura de laguna manera la novela psicológica), la presencia constante del yo que narra, el tiempo como gran protagonista del relato, la ìntima conexión entre los recuerdos y las vivencias actuales, donde se ven claramente los saltos en el tiempo: de Parìs a Buenos Aires, de Buenos Aires a Parìs, de la adultez a la infancia, de la infancia a la adultez, Cortázar, recurre como muchos otros novelistas actuales, a èste recurso de modo habitual y sin anunciarlo, la evocación de la infancia en la adultez como refugio, como mecanismo de evasión, un juego mágico del narrador, a través del cuàl logra trazar los puentes , uniendo esas sensaciones a través del tiempo:”aceptando sin resistencia que se pueda ir de una cosa a otra”, los recuerdos, las impresiones personales, permitiendo la coexistencia simultànea de dos realidades, el recuerdo evocado por el pasado que se transforma en presente en el acto mismo de su evocación. 

Confunde al narrador o el narrador se deja confundir, es el perseguidor o el perseguido por el recuerdo: “Me ocurrìa a veces que todo se dejaba andar, se ablandaba y cedìa terreno…. Digo que me ocurrìa, aunque una estúpida esperanza quisiera creer que acaso ha de ocurrirme todavía”. “Hay ratos en que vuelvo a decirme que ya sería tiempo de retornar a mi barrio preferido, olvidarme de mis ocupaciones……” No hay barreras entre las cosas, todo se comunica y coexiste, Parìs con Buenos Aires, la infancia con la adultez.

Podríamos decir que el subjetivismo proustiano està presente en Cortázar como subjetivismo del protagonista, pero que es Cortázar y no el corredor de Bolsa el que realiza èste posmoderno y complejo procedimiento estilístico. El mundo contado a partir de las sensaciones y sentimientos del protagonista, gana en riqueza y profundidad, acercándonos a otra realidad que no es la de los hechos puros contados por un cronista imparcial y objetivo, que no involucra sus sentimientos por temor a deformar los hechos.

El narrador posmoderno de Cortázar, subordina los hechos sociales a sus preferencias personales y deseos màs íntimos, la historia es su historia, su relación con ella, su negación  o evasión a partir del recuerdo, su indiferencia social y política, su falta de principios, su culto personal, aparece como la contracara del narrador objetivo, imparcial, pero no por eso menos comprometido con los hechos.

El corredor de Bolsa es el centro del mundo, el rebelde, el abanderado de la libertad, de su libertad individual, liberado de las ataduras sociales, de su ciudadanía política, inventa su propia política como nueva carta de ciudadanía: el ciudadano definido màs que por sus preferencias políticas, por sus preferencias callejeras: el protagonista, el narrador, Cortázar, ingresando”en la deriva placentera del ciudadano que se deja llevar por sus preferencias callejeras”, se pregunta “sin demasiado entusiasmo si cuando lleguen las elecciones votarà por Peròn o Tamborini, si votarà en blanco o sencillamente se quedarà en casa tomando mate y mirando a Irma y a las plantas del patio”. 

Su patria secreta es la ciudad de Parìs, con sus galerìas y pasajes que cobran protagonismo en el recuerdo; y que son el antídoto contra los malos olores, la cerveza rancia, la yerba mate, Buenos Aires, el Pasaje Guemes. El corredor de Bolsa es el frac, es la màscara que se pone Cortàzar para expresar su indiferencia frente a los hechos, la subordinación de los mismos frente al juego macabro y caprichoso de la subjetividad que desplaza a la realidad a un segundo plano.

Cortázar se recrea a sì mismo en èste cuento y es un personaje màs del mismo, el latinoamericano sin nombre, al cual el corredor de Bolsano se anima a acercársele. Otra innovación técnica: el escritor, narrador y personaje secundario de su propio cuento: coexistencia de varias voces narrativas.

Orfandad. Aprender a crecer en la calle. Quemar etapas. “Fui a quitarme la infancia como un traje usado”. Su escuela la calle, sus madres sustitutas, las prostitutas, “las Joisian de aquèllos días debían mirarme con un gesto entre maternal y divertido”, el niño-adulto, de apariencia niño, de mentalidad adulta, 595: “ahì donde lo ves, casi un chico, verdad que parece un colegial que ha crecido de golpe?”, el adulto-niño, que de grande se refugia en su infancia. Inadecuación, disconformidad, sufrimiento, Cortàzar, nos pide conmiseración, comprensión. Fuì huérfano, fuì huérfano, nos grita. De Padre-Patria.

El barrio de las galerìas, el brillo de la noche, sus amigas prostitutas que lo esperan en los bares, sus madres, sus confidentes, su iniciación temprana en la vida adulta.

París evocado en el recuerdo, un antídoto que lo protege de la realidad, de su pasado argentino, un mundo idealizado viviendo como en una burbuja, la noche como liberación del peso de la rutina, de la carga de los horarios fijos del dìa.

Escapsimo, carga, peso, Parìs, pero un Parìs idealizado por sus calles, un parque de la ciudad adaptado a sus deseos de niño, la guerra, el espectáculo de la guillotina, un entretenimiento posmoderno, el tren fantasma que lo asusta y lo divierte,un espectáculo banal, al que asiste con sus amigos como si fuera un recital de rock.

Un mundo idealizado sin terror, sin guerras ni frìo. Un mundo que lo protege y le abre los brazos en un gesto maternal. La Madre Patria, Parìs. El calor de las galerìas y de los amigos, su refugio personal contra las circunstancias externas que siempre lo arruinan todo. La nieve, también la nieve.

Protección, abrigo, comodidad, confort: su hogar, la calle, su casa, un martirio, que le recuerda su infancia adulta, un niño corriente que todavía vive con su madre. El barrio de las galerìas, los cafès nocturnos, los amigos, lo liberan del peso de esa rutina de horarios fijos, y tareas ordinarias como tomar mate y hablar de política nacional. Se escapa de su casa cuando lo agobia esa vida corriente, se siente seducido por ese mundo bohemio, que lo convierte en un adulto. Pero es solo la apariencia de adultez, la pose: “con unos miserables centavos en el bolsillo, pero andando como un hombre, el chambergo repintado y las manos en los bolsillos”. Ese mundo adulto le cierra las puertas al niño que crece de golpe, al que todavía se le nota la infancia en la cara.

Cortázar huye, se escapa, de París, de la Argentina, de su infancia, de su vida adulta, de acuerdo al giro que toman los acontecimientos. Todo se debe adaptar al Ital Park que lleva en su cabeza, se refugia en su casa de Argentina, cuando el terror y la guerra acechan en París y él mismo se pregunta cuando dejará de escapar de la realidad. Cuando su casa le hace ver su infancia adulta, se escapa de su casa para volver a la vida bohemia, allí donde se siente verdaderamente un adulto.

El mundo artificial de la noche, con otro cielo, “falso cielo de estucos y claraboyas sucias”, ignorando el estúpido sol del día, el de la rutina de los horarios fijos, la vida corriente. La familia, el trabajo, los titulares de los diarios, la política nacional, la Argentina.

París y Buenos Aires, dos mundos distintos, el día y la noche, mutuamente ignorados, dos épocas distintas, la infancia y la adultez, unidas a través de puentes que va tejiendo el recuerdo del narrador, los narradores, el narrador de París, corresponsal en Buenos Aires, el narrador de Buenos Aires, corresponsal en París. Cortázar, el latinoamericano sin nombre en París, su muerte es la metáfora de un acontecimiento que se venía aplazando eternamente, la infancia, el fin de la misma, la muerte de su infancia, ni siquiera argentina, latinoamericana, sudaca, para dar nacimiento a una etapa de su vida, la de Paul el marsellés. “me enteré del final del sudamericano, ni siquiera entonces sospeché que estaba viviendo un aplazamiento, una última gracia”(605).

De latinoamericano indocumentado a ciudadano parisino, un niño obligado a crecer a los tumbos, la noche que artificialmente lo libera del peso de la realidad. La ciudad, un personaje central del cuento, las calles nombradas, como entidades personales, testigos mudos del paseo azaroso de un transeúnte confundido y abrumado por la rutina del día, liberado de las ataduras sociales por la noche.

Liberado del peso de su conciencia social, inmune frente al peligro, finalmente tiene que ceder ante los acontecimientos, tomar conciencia, casarse, volver a la rutina laboral, situaciones imprevistas, imponderables que fuerzan un cambio de rumbo en su vida, como el ataque cardíaco de su padre, el trabajo, las obligaciones familiares, la política, todo es una vuelta al lugar de donde se escapó: la realidad. Esa que agobia a todo escritor que recurre a la ficción, como escudo personal que lo protege contra el horror de tener que asumir ciertas responsabilidades sociales. De tener que ser un adulto, que se asume como actor social y participante de la historia, y no un espectador pasivo que ve pasar los acontecimientos en pantalla gigante.

Al final del cuento Cortázar, el de las identidades mutantes, el latinoamericano sin nombre, el sudaca, se legaliza y es Paul el marsellés. El luchador cosmopolita, abogando por los derechos humanos universales, le da la espalda a la Argentina cuya democracia rutinaria lo aburre, el voto, un invento del reformismo burgués para silenciar los cambios revolucionarios, abruptos, poco perdurables, aventureros, bohemios, sin horarios fijos.

                               

                                                              MARTIN LOTERO

                                                        Licenciado en Sociología (UBA)

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