miércoles, 26 de mayo de 2010

El otro bicentenario (Milenarios pueblos originarios)


INDIGENISMO Y ESTADO NACION

Por Horacio González *

La expresión “pueblos originarios” hace trastabillar el juicio histórico sobre la formación de las naciones americanas. Es un concepto fortísimo, generalmente bien recibido –también por nosotros–, que puede ser invocado de una manera puramente descriptiva. Si es esto último, se refiere a una idea de inclusión social, reconsideración de la diversidad cultural y guía justiciera de un sistema de reparaciones a cargo de los ya constituidos Estados, a los que se invita a examinar serenamente su culpa civilizatoria. Incluso la habitual deliberación en torno del “genocidio de las poblaciones indígenas” puede ser una pieza conceptual de las mencionadas reparaciones y no una revisión radical de todo el ciclo histórico de las naciones surgidas de las independencias americanas.

Si en cambio la idea de “pueblos originarios” traspone el delicado umbral que la hace eminente idea reparatoria para transformarse en un síntoma completo de reorganización del sentido de las naciones, su territorialidad y andamiajes jurídico-culturales, nos colocamos ante un debate de inusitadas consecuencias y decisivo interés. Nada mejor para abrir las ideas que éstas se presenten en su sentido más desafiante.

La Argentina tiene una formación aluvional, incluso previo a su carácter inmigratorio, pues sus poblaciones criollas sedimentaron con dificultad en el territorio.

Sólo muy lentamente surgió en la llamada ciudad indiana un sentimiento de destino común; el nombre de Argentina surgió de la ávida metáfora de la minería de plata, luego tornada poética, nombre traído por los frailes dominicos en el siglo XVII. En la compulsiva incorporación de las poblaciones aborígenes al sumario cuadro de las economías coloniales alternaban estilos de masacre y negociación. Así lo muestra la historia de Francisco Viedma en la Patagonia o de Amigorena en Mendoza, testimonios de las querellas entre encomenderos, sacerdotes y militares en torno de las poblaciones preexistentes, consideradas objeto de sometimiento y trata.

Hay razón profunda para revisar enérgicamente el modo en que las políticas estatales construyeron la “cuestión indígena”, más allá de las realidades del mestizaje, que en sí mismo es una de las claves filosóficas del pensamiento americanista.

En el clásico cuadro de Della Valle, La vuelta del malón, de fines del siglo XIX, el mito de la cautiva ofrece otras formas de reflexión, como forma guerrera del propio mestizaje compulsivo. El cuerpo blanquecino de la cautiva significa una fuerte condena de la barbarie en los términos canónicos en que se expresara la política y la literatura argentina de todo ese período. Pero hay allí también una oculta apología de la “seducción de la barbarie”. No de otro modo pueden interpretarse esas cabalgaduras con sus magníficos efebos, indios que portan incensarios como boleadoras y cruces como lanzas, en una exhibición que pone cabeza abajo a la civilización para hacerla comenzar de nuevo. Con sus mismos símbolos invertidos.

La obra de Mansilla en su excursión de 18 días módicos a las tolderías de Leuvucó para encontrarse con su metafórico pariente Marianito Rosas es un antecedente esencial de la relación de los grupos étnicos territoriales con el Estado argentino. El coronel Mansilla, más allá del impresionante monumento literario que escribe en su manera sutilmente burlesca, intenta un pacto “de la Nación con las tribus”, lo que luego será condenado por Sarmiento y el Congreso, que recusan lo que se percibe como un absurdo. Que la Nación sea una entidad ajena –al punto de firmar un pacto–, respecto de entidades desplazadas o vencidas que se juzgaban pertenecientes a su mismo cuerpo victorioso. El tema vuelve ahora. La insinuación “plurinacional” que latía en el atrevimiento de Mansilla fue rápidamente conjurada. El mismo daría marcha atrás de su audacia. Que de todas maneras quedaba en el interior de su compleja genealogía familiar.

No eran posibles las alternativas a la voluptuosa idea de las “inmensas tierras fértiles solo ocupadas en destructivas correrías”. Ese era el pensamiento favorito de la elite militar-empresarial-terrateniente, con el joven general Roca a la cabeza, que reputaba tan inútiles como la muralla china a los pobres zanjones de Alsina. Su figura hoy es de gran interés, pues es el punto alto que invita a la revisión moral e intelectual de la historia argentina. La misa en Choele-Choel, dando fin a la Campaña del Desierto, es un decisivo hecho religioso, económico y científico. En todos los casos, concebidos como realidades geopolíticas emergentes de un hecho mayor de ocupación y desalojo. El cuadro de Blanes, que ocupa una pared entera del Museo Histórico Nacional y está parcialmente reproducido en los billetes de cien pesos –por allí, quizás deban comenzar los resarcimientos simbólicos–, ofrece con esas caballadas y jinetes militares el mismo Estado-Nación pensando unilateralmente el territorio.

El roquismo no representó una única cosa, o mejor dicho, fue en un grado elevado la condensación de todas las corrientes formativas del Estado nacional moderno. La metódica y privilegiada carrera militar de Roca, como la de Perón, se hace en el interior del Estado. Siempre ascendido en batalla, acatando órdenes centrales, Roca participa en la guerra contra López Jordán y derrota a Mitre cuando éste se levanta contra Avellaneda. Su predisposición a la batalla es tan grande como su curiosidad intelectual. Una doble insinuación de modernidad y descarte será la misma que aliente en el roquismo su Campaña del Desierto y su ideal de Estado. Es decir, utilización de la contundencia represiva, los modernos remingtons contra las tribus y la Ley de Residencia contra los anarquistas, con atisbos de un capitalismo entrelazado a un Estado de gran capacidad arbitral, laicismo positivista y vida cultural de perspectivas renovadoras.

Veamos estos apuntes a la luz del momento que atravesamos: es época de refundación social y replanteos culturales. La reciente marcha de los movimientos sociales indigenistas con su magna hipótesis alusiva a los “pueblos originarios” sugiere un horizonte nuevo de revisión histórica. ¿Cómo actuar en medio de un llamado a la renovación de la interpretación histórica, con las consecuencias materiales que eso implique, sin despojar a lo actuado de la capacidad de fusión que atrajo a vastos públicos y generar una ciudadanía de índole colectiva? La historia del Estado nacional no puede ser una continuidad acrítica –menos luego de los años del terrorismo estatal–, pero no se puede contar ninguna historia desde la omisión de los sedimentos que acarrea el modo imperfecto en que siempre se dan los acontecimientos nacionales.

Apelar a un “grado cero” de la historia nacional no resiste bien la implantación de un retorno a lo “originario”, que en todos los casos será incierto o contendrá el germen de involuntarios despotismos si se interpreta como un suplemento de pureza que reordene súbitamente el presente. Otra cosa es la idea de “pueblos originarios” que, con razón, evite la complaciente idea del crisol de razas y también un pluralismo cultural que muchas veces, en su pulsión deshilvanada, deja el sentimiento de que no trasciende el horizonte académico en que dominan los llamados “cultural studies” de las universidades norteamericanas. El Centenario ensayó su “eurindia” o su “euroargentina”. Sin negarse lo que ha sido desplegado, urge hoy encontrar vocablos nuevos.

La famosa fotografía de Namuncurá con uniforme de general argentino es un penoso emblema de fusión estatal-indigenista que llena de desolación y desnutre la historia. Los diccionarios de lenguas aborígenes que practicaron Rosas, Perón y lateralmente Mitre, son un evento de la lengua estatal que propone ampliaciones y una actitud indulgente con los vencidos. Puede tolerarlos y en un paso más avanzado, otorgarle ciertas reparaciones. ¿Es suficiente? Jesuitas y salesianos, con sus diferentes modalidades, trataron a las poblaciones con tecnologías espirituales viciadas, los primeros con su oscura atracción intelectual por las fronteras de Occidente, promoviendo hibridaciones compulsivas, los segundos con un pietismo pedagógico que mal escondía un despotismo moral y un asfixiante paternalismo. Realizar balances y producir memorias de estos mojones de la historia nacional es tan urgente como necesario hacerlo con sensibilidades que eviten el esquematismo y la solución ocasional, éstas inspiradas en bibliografías generosas pero deshistorizadas.

Están en juego nuevas perspectivas de distribución de recursos productivos y formas de relación con las economías de la tierra que ante un crucial momento de la humanidad compongan escenas de eticidad en comunión con enfoques económicos que se sostengan en categorías emancipatorias. A Sarmiento no le valió la sensible perspicacia de su pluma para evitar en su último y deshilachado libro, Conflicto y armonías de razas en América, una odiosa y latente invitación a la masacre. Pero el re-examen de la conciencia institucional, escrita y actuada en torno de los temas de las naciones “plurinacionales”, tema proveniente del fracaso de los Estados nacionales construidos a fines del siglo XIX, aún deberá recorrer caminos de autoexigencia más rigurosa. “Nuestro caso es el más extraordinario y complicado”, decía Bolívar en el Discurso de Angostura, al recordar las bases históricas y étnicas de la formación americana. No ha variado esa situación hasta ahora en nuestros complejos procesos culturales.

No hay por qué detener este debate que es profundo y ha sido reabierto. Los nombres de las naciones hoy existentes están en condiciones de resistir una discusión que es la misma a la que deben convocar. Las naciones y sus nombres no se desarman como juguetes mal ensamblados, pero sus ensambles de injusticia y carentes del gran aliento de las historias más altas de la humanidad deben ser refutados con nuevas prácticas y enunciados colectivos. Una nación como la nuestra, que llamó a todos los hombres del mundo y no siempre ha sido fiel a ese llamado, debe imponerse un nuevo canon civilizatorio, fundado ahora en un nuevo humanismo crítico–político, cuyos ejemplos no son escasos en su propia historia.-


(*) publicado en Diario Pagina 12- 25 de mayo 2010.-

viernes, 14 de mayo de 2010

MARCHA DE LOS PUEBLOS ORIGINARIOS





La Tierra que camina avanza por sus sueños


Marcelo Valko[1]

Existe un momento de ruptura en la vida de los pueblos donde se llega al límite de lo tolerable y la gota se derrama del vaso y la gota ya no es gota sino torrente que se convierte en mar. Eso es lo que sucede con los Pueblos Originarios. Nos encontramos frente a un momento trascendental que se alza como un grito que denuncia la opresión, un alarido de hastío frente a la injusticia. Un BASTA con mayúscula contra la negación de una existencia que Pre-Existe a la Argentina. Y ese BASTA es una denuncia y un reclamo cuyos ecos nos llegan de lejos. Sucedió en 1946 con el Malón de la Paz, protagonizado por 174 kollas de comunidades de Jujuy y Salta cuando bajaron a Buenos Aires para reclamar por sus tierras usurpadas por las que debían pagar arriendo hasta por el espacio que ocupaban los cementerios donde estaban enterrados sus ancestros. El Malón marchó para decir ¡Ya no más! Fue un momento de inflexión. Juan Perón recién había asumido la primera presidencia y dos de los maloneros fueron abrazados en el balcón de la Casa Rosada ante una plaza colmada. Cuando parecía que la historia de invisibilidad torcería su rumbo después de aquel abrazo emocionado, los depositaron en el Hotel de Inmigrantes junto a los extranjeros y luego sobrevino el secuestro y destierro de todo el contingente que acabó en un tren de ganado en Abra Pampa. El dolor del desenlace fue grande. Nunca olvidaré la entrevista que hice a la hija de uno de los integrantes del Malón. Fue conmovedora. Recuerdo que lloró casi las 2 horas que duró el encuentro. Estar acostumbrado al dolor no significa que el dolor no duela. Los golpes duelen, por supuesto, pero también enseñan, más aún cuando se posee el tiempo de la tierra, cuando se vive el tiempo de la Pachamama.

Desde 1492 la historia estuvo en contra de las naciones originarias. La Conquista salvaje, la evangelización forzada, la Colonia a manos del encomendero, la mita y la muerte en los socavones de las minas. La llegada de la República no modificó el panorama. El señor feudal reemplazó al antiguo amo y la Constitución terminó avalando la invisibilidad y creando ausencia. Vaya como muestra el nefasto artículo Nº 67 inc. 15 que obligaba a “convertir a los indios al catolicismo”. Ciertamente, hubo otros momentos en los que se dijo BASTA. Señalo apenas uno, el encabezado por José Gabriel Condorcanqui, quien pasa a la historia con el nombre de Túpac Amaru legado de sus antepasados. Para acallar aquel Grito Tupacamarista se derramó tal cantidad de sangre que convirtió a esta represión en la mayor de la historia de las represiones de la Corona española.

Del mismo modo que hay tantas conmemoraciones y fechas inútiles, otras realmente sirven para efectuar un balance y advertir dónde estamos, quiénes somos y adónde nos dirigimos como país. Es el caso de la percepción que tienen las naciones originarias del Bicentenario. Una fecha que comienza a celebrar la visibilidad de todos los habitantes de este suelo que se soñó libre y justo.

Hoy, con la “Marcha de los Pueblos Originarios por el camino de la verdad hacia un Estado Plurinacional”, la voz y el reclamo de quienes siempre fueron invisibilizados por la Historia Oficial y sus acólitos regresa, pese a las hachas homicidas, y retoma las banderas de la reivindicación, pese a un dolor que viene de tan lejos, de tan atrás que le duele hasta las piedras. También duelen las mentiras y las infamias, por ejemplo hace unos días, Clarín publicó que “La Túpac” maneja casi la totalidad de la obra pública de Jujuy. Pero las falsedades de los que siempre se sirvieron del poder parea construir un país enquistado en modelos económicos destinados a enriquecerlos ya no detienen a los que siempre fueron los eternos excluidos. Ellos son la tierra y viven como las semillas de los sueños de cielos límpidos y humedades nutricias. Marchan a Buenos Aires a pedir por lo de siempre, pero de otro modo, desde una posición de identidad madura.

Denuncian usurpaciones de tierras, exigen una reparación cultural, alertan por la desprotección de la naturaleza y señalan la necesidad de la creación de un fondo económico que permita el desarrollo desde la propia identidad comunitaria. Piden tan poco y representa tanto. Piden respeto, piden igualdad, piden pronunciar palabras sin vueltas que enrosquen ni se enroscan, palabras que resuenan desde muy lejos en la historia: justicia, igualdad, hermandad. Para todos todo, para todos la luz. Es hora de la alegre rebeldía de la marcha.

La historia regresa desde la paciencia mineral y retorna con otros nombres, hoy no es Condorcanqui, no es el Malón de la Paz, tampoco Milagros Sala, ni siquiera los miles y miles de las 30 comunidades originarias que vienen marchando desde los distintos puntos cardinales de esa Patria que los revolucionarios de mayo imaginaron fraterna. Aunque uno de los tobas se llame Isidro Cantero, un mapuche Jorge Nahuel o el mocoví sea Rubén Lacori, cada uno de los miles que avanzan son muchos más que un nombre propio o una persona singular, son comunidades, son Atahualpa que regresa como Inkarry desde la traición de Cajamarca, Túpac Amarú que retoma su Grito de Tinta, es Castelli conmemorando el primer aniversario del 25 de mayo en Tiahuanaco, es San Martín amenazando combatir hasta en pelotas como nuestros paisanos los indios. Son todos ellos. Son tierra que florece, que se pone de pie y se lanza al camino de una esperanza absolutamente concreta. Son todos son miles que avanzan y aun son más, porque son millones, SOMOS millones los que desde cada lugar de la Puna a Patagonia, desde el Chaco a Misiones y quienes los veremos llegar a Plaza de Mayo el próximo jueves 20 buscando una Patria Justa y Fraterna, donde, tal como soñaron los mejores hombres de mayo que lucharon por una verdadera independencia, veamos ¡por fin! en el trono, a la noble Igualdad en un Estado Plurinacional!



[1] Autor de Los indios invisibles del Malón de la Paz y Pedagogía de la Desmemoria y titular de la cátedra Imaginario Étnico UPMPM.

miércoles, 5 de mayo de 2010

URGENTE: Artemio y el árbol sentenciado

Tekoa Yma, es una comunidad Mbya Guarani, situada, en la declarada por UNESCO, Reserva de Biosfera de Yaboti (RBY) en Misiones – Argentina, una de las comunidades más antiguas de la provincia. Se encuentra nueva- mente amenazada por empresas madereras que sólo ven el monte el valor económico de la madera muerta y no el del árbol vivo.

La empresa Madera de los Saltos S.A. que forma parte del Acuerdo Grupo Harriet y Aserra Export S.A., con domicilio en la ciudad de Posadas. Pretende extraer arboles, con el previsible daño ambiental, del lote 7 con más 2700has. de bosque nativo.

La Resolución 85 del Ministerio de Ecología ordena la suspensión de todo corte por el negativo impacto social y ambiental sobre las Comunidades Guaraníes habitantes de la RBY.

Cacique Artemio y el árbol sentenciado

Esta Empresa esta realizando maniobras no autorizadas, por lo que no son legales, y pretende presionar a la Comunidad para que le permita entrar en la selva.

Los Caciques cuyas Comunidades está en la RBY han pedido, por medio de sus abogados y asesores, repetidas veces audiencia al Ministro de Ecología R.N.R y Turismo Arq. Horacio Blodeck sin obtener respuesta hasta la fecha.

El árbol condenado junto al Cacique Artemio Benítez esta a menos de 300 metros del Opy (Templo Religioso) y a escasos 150mts. de casas de la Comunidad.
Transforme en hechos sus palabras, envié su repudio al mail de la empresa:
maderadelossaltos@hotmail.com








Haga llegar su rechazo al Ministerio de Ecología y a la empresa, su rechazo a la destrucción del monte nativo

Nuevamente se ve amenazada Tekoa YMA ahora otra empresa , asociada a HArriet S.A: esta presionando a todos los niveles de gobierno para entrar al lote 7.
Han marcado rumbos y arboles a menos de 300 metros del Opy y menos de 150 metros de una casa.
La empresa es Madera de los Saltos S.A. que forma parte del Acuerdo Grupo Harriet y Aserra Export S.A., con domicilioi en Avda. Corrientes 1609 - Posadas -
maderasdelossaltos@hotmail..com. Su presidente es José Quelas.

Las Comunidades han pedido una reunión al Ministro sin respuesta .

Tekoa Yma , es una comunidad Mbya Guarani, situada, en la declarada por UNESCO, Reserva de Biosfera de Yaboti (RBY) en Misiones – Argentina, una de las comunidades más antiguas de la provincia se encuentra nuevamente amenazada por empresas madereras que solo ven el monte el valor económico de la madera muerta y no el del árbol vivo.

La empresa Madera de los Saltos S.A. que forma parte del Acuerdo Grupo Harriet y Aserra Export S.A., con domicilio en la ciudad de Posadas pretende extraer arboles, con el previsible daño ambiental, del lote 7con más 2700 de bosque nativo. En la 85 del Ministerio de Ecología se ordena la suspensión de todo corte por el negativo impacto social y ambiental sobre las Comunidades guaraníes habitantes de la RBY

Esta Empresa no solo esta realizando maniobras no autorizadas, por lo que no son legales, sino que pretende presionar a la Comunidad para que le permita entrar en la selva.

Los Caciques cuyas Comunidades están asentadas en la RBY han pedido, por medio de sus abogados y asesores, repetidas veces audiencia al Ministro de Ecología R.N.R y Turismo Arq. Horacio Blodeck sin obtener respuesta hasta la fecha.







El árbol condenado que se ve junto al Cacique Artemio Benitez , se encuentra a menos de 300 metros del OPY ( Templo Religioso) y a escasos 150 metros de una de las casas de la Comunidad.

Haga llegar su rechazo al Ministerio de Ecología y a la empresa, su rechazo a la destrucción del monte nativo


Gracias por difundir y colaborar al cuidado de toda vida en el monte

EMiPA -EQUIPO MISIONES DE PASTORAL ABORIGEN

UN BICENTENARIO CON MUCHOS SIGLOS DE HISTORIA