viernes, 14 de mayo de 2010

MARCHA DE LOS PUEBLOS ORIGINARIOS





La Tierra que camina avanza por sus sueños


Marcelo Valko[1]

Existe un momento de ruptura en la vida de los pueblos donde se llega al límite de lo tolerable y la gota se derrama del vaso y la gota ya no es gota sino torrente que se convierte en mar. Eso es lo que sucede con los Pueblos Originarios. Nos encontramos frente a un momento trascendental que se alza como un grito que denuncia la opresión, un alarido de hastío frente a la injusticia. Un BASTA con mayúscula contra la negación de una existencia que Pre-Existe a la Argentina. Y ese BASTA es una denuncia y un reclamo cuyos ecos nos llegan de lejos. Sucedió en 1946 con el Malón de la Paz, protagonizado por 174 kollas de comunidades de Jujuy y Salta cuando bajaron a Buenos Aires para reclamar por sus tierras usurpadas por las que debían pagar arriendo hasta por el espacio que ocupaban los cementerios donde estaban enterrados sus ancestros. El Malón marchó para decir ¡Ya no más! Fue un momento de inflexión. Juan Perón recién había asumido la primera presidencia y dos de los maloneros fueron abrazados en el balcón de la Casa Rosada ante una plaza colmada. Cuando parecía que la historia de invisibilidad torcería su rumbo después de aquel abrazo emocionado, los depositaron en el Hotel de Inmigrantes junto a los extranjeros y luego sobrevino el secuestro y destierro de todo el contingente que acabó en un tren de ganado en Abra Pampa. El dolor del desenlace fue grande. Nunca olvidaré la entrevista que hice a la hija de uno de los integrantes del Malón. Fue conmovedora. Recuerdo que lloró casi las 2 horas que duró el encuentro. Estar acostumbrado al dolor no significa que el dolor no duela. Los golpes duelen, por supuesto, pero también enseñan, más aún cuando se posee el tiempo de la tierra, cuando se vive el tiempo de la Pachamama.

Desde 1492 la historia estuvo en contra de las naciones originarias. La Conquista salvaje, la evangelización forzada, la Colonia a manos del encomendero, la mita y la muerte en los socavones de las minas. La llegada de la República no modificó el panorama. El señor feudal reemplazó al antiguo amo y la Constitución terminó avalando la invisibilidad y creando ausencia. Vaya como muestra el nefasto artículo Nº 67 inc. 15 que obligaba a “convertir a los indios al catolicismo”. Ciertamente, hubo otros momentos en los que se dijo BASTA. Señalo apenas uno, el encabezado por José Gabriel Condorcanqui, quien pasa a la historia con el nombre de Túpac Amaru legado de sus antepasados. Para acallar aquel Grito Tupacamarista se derramó tal cantidad de sangre que convirtió a esta represión en la mayor de la historia de las represiones de la Corona española.

Del mismo modo que hay tantas conmemoraciones y fechas inútiles, otras realmente sirven para efectuar un balance y advertir dónde estamos, quiénes somos y adónde nos dirigimos como país. Es el caso de la percepción que tienen las naciones originarias del Bicentenario. Una fecha que comienza a celebrar la visibilidad de todos los habitantes de este suelo que se soñó libre y justo.

Hoy, con la “Marcha de los Pueblos Originarios por el camino de la verdad hacia un Estado Plurinacional”, la voz y el reclamo de quienes siempre fueron invisibilizados por la Historia Oficial y sus acólitos regresa, pese a las hachas homicidas, y retoma las banderas de la reivindicación, pese a un dolor que viene de tan lejos, de tan atrás que le duele hasta las piedras. También duelen las mentiras y las infamias, por ejemplo hace unos días, Clarín publicó que “La Túpac” maneja casi la totalidad de la obra pública de Jujuy. Pero las falsedades de los que siempre se sirvieron del poder parea construir un país enquistado en modelos económicos destinados a enriquecerlos ya no detienen a los que siempre fueron los eternos excluidos. Ellos son la tierra y viven como las semillas de los sueños de cielos límpidos y humedades nutricias. Marchan a Buenos Aires a pedir por lo de siempre, pero de otro modo, desde una posición de identidad madura.

Denuncian usurpaciones de tierras, exigen una reparación cultural, alertan por la desprotección de la naturaleza y señalan la necesidad de la creación de un fondo económico que permita el desarrollo desde la propia identidad comunitaria. Piden tan poco y representa tanto. Piden respeto, piden igualdad, piden pronunciar palabras sin vueltas que enrosquen ni se enroscan, palabras que resuenan desde muy lejos en la historia: justicia, igualdad, hermandad. Para todos todo, para todos la luz. Es hora de la alegre rebeldía de la marcha.

La historia regresa desde la paciencia mineral y retorna con otros nombres, hoy no es Condorcanqui, no es el Malón de la Paz, tampoco Milagros Sala, ni siquiera los miles y miles de las 30 comunidades originarias que vienen marchando desde los distintos puntos cardinales de esa Patria que los revolucionarios de mayo imaginaron fraterna. Aunque uno de los tobas se llame Isidro Cantero, un mapuche Jorge Nahuel o el mocoví sea Rubén Lacori, cada uno de los miles que avanzan son muchos más que un nombre propio o una persona singular, son comunidades, son Atahualpa que regresa como Inkarry desde la traición de Cajamarca, Túpac Amarú que retoma su Grito de Tinta, es Castelli conmemorando el primer aniversario del 25 de mayo en Tiahuanaco, es San Martín amenazando combatir hasta en pelotas como nuestros paisanos los indios. Son todos ellos. Son tierra que florece, que se pone de pie y se lanza al camino de una esperanza absolutamente concreta. Son todos son miles que avanzan y aun son más, porque son millones, SOMOS millones los que desde cada lugar de la Puna a Patagonia, desde el Chaco a Misiones y quienes los veremos llegar a Plaza de Mayo el próximo jueves 20 buscando una Patria Justa y Fraterna, donde, tal como soñaron los mejores hombres de mayo que lucharon por una verdadera independencia, veamos ¡por fin! en el trono, a la noble Igualdad en un Estado Plurinacional!



[1] Autor de Los indios invisibles del Malón de la Paz y Pedagogía de la Desmemoria y titular de la cátedra Imaginario Étnico UPMPM.

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