lunes, 25 de julio de 2011

Una elección (-un país, un presidente, uno-vive-aqui)

ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE EL TRIUNFO MACRISTA

El escenario previo no era tan distinto al que finalmente terminó dándose. Todo el mundo esperaba una victoria de Macri en la primera vuelta y un segundo lugar para el kirchnerismo. Lo que cambió es que se esperaba una diferencia menor entre el primero y el segundo. Se habló de ocho puntos en la versión más optimista, de diez en la que aparentaba ser más neutralmente valorativa (por el consuetudinario encanto del término medio) y doce en las tiendas kirchneristas más sombrías.

Ese panorama, de haber sido exacto, convertía a la segunda vuelta en una elección completamente distinta, en la que podía pensarse la construcción de una coalición electoral anti-macrista que revirtiera el triunfo de la compacta primera minoría. A esto hay que sumar que el nivel de aceptación de la figura de Cristina Fernández en la capital aumentaba las esperanzas del oficialismo nacional para el 31 de julio.
Con los casi veinte puntos de ventaja macrista sobre el candidato del gobierno todo esto quedó convertido en ceniza y humo. Los votos potenciales de Cristina no se trasladaron así de fácil a su candidato porteño. El “aluvión zoológico” macrista, para usar, humorísticamente, una expresión característica del folklore político argentino (aunque aplicada en aquel momento pasado a una fuerza política de signo inverso), canceló el escenario alternativo imaginado por el kirchnerismo. Podemos agregar, por el kirchnerismo y los sectores anti-macristas de la capital, que no son exactamente lo mismo aunque tengan amplias zonas de convergencia.
El ballotage para el kirchnerismo quedó reducido a una instancia en la que intentará sacar una derrota honrosa. La posibilidad de ganar con un escenario tan adverso implicaría una agitación de las conciencias entre aquellos que no fueron a votar o que lo hicieron por otras opciones que ya debería estar manifestándose de alguna manera socialmente observable. Una imagen para ponderar esto, quizás algo extemporánea pero que puede ayudar a entender, es referirse a la movilización juvenil y ciudadana que se dio en las calles parisinas cuando en 2002 el neofascista Le Pen quedó a las puertas del ballotage con el gaullista conservador Chiriac.

La atonía posterior a las elecciones que se observa en las calles de la ciudad no presagia que vaya a darse ningún fenómeno de este orden. Es más, en los días posteriores se vio en la calle nada más que al macrismo y a sus militantes-empleados de amarillo repartiendo su propaganda. Conviene aclarar que esa prolija apariencia da un sesgo uniforme a los que llevan a cabo esa tarea y que provienen de los residuos del aparato peronista y, en menor medida, radical en la ciudad de Buenos Aires y a una variada clientela política, cosechada desde antes del acceso al gobierno y aumentada desde entonces. El Frente para la Victoria, ausente sin aviso. Moviéndose, probablemente, a nivel superestructural, lo cual es inevitable y necesario pero no alcanza.

La sensibilidad antikirchnerista

¿Qué fuerzas se expresaron en el voto macrista? A riesgo de ser superficial pueden distinguirse dos vectores diferenciados. Por un lado, se concentró, en la primera vuelta y en el machismo, el conjunto del voto maníacamente anti-kirchnerista. Para este sector cualquier parcela política que pueda restarse al gobierno adquiere el estatuto de causa sagrada. A esto hay que agregar el carácter central y simbólico de la ciudad capital de la Argentina. El voto “partisano” anti-k posee una marcada tonalidad de derecha. Se opone al, en su lenguaje, “asfixiante” intervencionismo estatal, a los juicios llevados a cabo contra los torturadores y represores de la década del ’70 (que incluye tanto a la dictadura del ’76 y la previa represión, selectiva pero muy sangrienta, de Perón, Isabel y López Rega), a la pauta salarial permisiva que ha aplicado el gobierno para contrarrestar la inflación generada por aspectos de su política económica, a la política exterior del país que hace una relativa buena sintonía con los procesos venezolanos y boliviano y que, conjuntamente a Brasil, ha sabido mantener y aumentar un margen de autonomía nacional en la región que se halla lejos de ser despreciable, etc.

Conviene introducir un matiz en esto. El voto furibundamente anti-k orbita alrededor de las concepciones políticas de la derecha pero eso no significa que todos los individuos que sostienen una oposición extrema al gobierno sostengan convicciones de ese orden. Pensar así sería reduccionista. Pero aún peor sería dejar de subrayar que cuando la contra al gobierno no adopta posturas manifiestamente de derecha se produce el siguiente fenómeno. Por un lado se agranda la incidencia de las explicaciones de tipo individual y moral (la búsqueda de poder absoluto de los k, la infinita corrupción del gobierno y otra fábulas similares salpicadas con argumentos psicologistas que explican que la implementación de soluciones a “buenas causas” deben adjudicarse a “malos motivos” que trastocarían por completo su significado). Por otro lado se angosta hasta casi extinguirse las explicaciones causales de orden más político y, sobre todo, los planteos concretos que deberán aplicarse para revertir el proceso político impulsado por el kirchnerismo. Se llama a cancelar la política kirchnerista pero no se explicita políticamente cómo habrá de llevarse a cabo. La ambigüedad del anti-kirchnerismo se manifiesta con variaciones en una parte de la llamada centro-izquierda que privilegia al gobierno como principal ámbito de confrontación, en periodistas que cultivan hace varias décadas una inofensiva forma de la crítica moral (que supo aparecer como progresista o jugada durante mucho tiempo pero que ha girado en descubierto ante la asombrada mirada de unos cuantos), de fracciones sociales de las capas medias y de individuos de todas las clases que no admitirían bajo ninguna forma ser personas conservadoras o de derecha pero que se encuentran imposibilitados de articular una crítica global mínimamente coherente al gobierno, ya sea por mala conciencia o incapacidad. In absentia de planteos políticos concretos alternativos al kirchnerismo y a las concepciones del conservadorismo opositor, lo que queda como única base de sustentación común es el programa de la derecha argentina.

Esta característica estructural de la coalición anti-k le ha permitido golpear con dureza al gobierno, como el domingo 10, pero, hasta ahora, ha constituido un límite insalvable a la construcción de una alternativa burguesa por derecha al kirchnerismo. Logró generar un inmenso y poderoso no que, al momento de estar obligado a hablar con claridad no supera el mero balbucear, producto de que solamente algunos de los integrantes de la informal coalición opositora pueden explicitar su posición real. Los otros deben callar, hablar de generalidades o rizar el rizo de la moralina anti-corrupción. Pero son absolutamente necesarios a esta suma ya que sin ellos se cae; su falta de voz es una retorcida forma de adhesión.

La inercia de las masas conformistas

El segundo vector definido del voto macrista es un sector de la población, que atraviesa a vastas fracciones de las clases populares y de las capas medias, y que oscila entre el apoliticismo y la anti-política. Es el reflejo de una actitud que mezcla desinterés, rechazo y hastío en muy diversas proporciones. Podría decirse que ciertos sectores sociales intermedios han sido más proclives a esta actitud pero tampoco puede dejar de reconocerse que en determinadas coyunturas esta fragmentaria pero relativamente sistemática concepción del mundo posee una capacidad de reproducción y expansión difícilmente igualable por otras ideologías. Quizás porque más que una ideología, aunque tenga contenidos explícitos, podría decirse que es sobre todo una actitud. Una actitud reactiva que absorbe los distintos mensajes que circulan por la conciencia social y procede, en cierta manera, a neutralizarlos. Es incapaz de analizarlos o refutarlos pero de manera sorprendente se autoinmuniza.

En un sentido, es un reflejo distorsionado de una protesta respecto a las promesas incumplidas de la democracia burguesa argentina. Pero se trata de una protesta que carece de cualquier rasgo progresivo, ya que impugna a la democracia por lo más rescatable que esta tiene: la necesaria postulación discursiva de argumentos, más allá de la calidad que estos puedan tener. Para este sector de masas la mera resonancia de algo que le suene a debate político provoca su rechazo, su indiferencia o su desdén. Al mismo tiempo esta actitud está lejos de tener algún rasgo progresista ya que no va acompañada de ninguna tendencia, ni aún contradictoria, a movilizarse de alguna forma ni tampoco de ninguna clase de escepticismo, en la senda del buen sentido gramsciano, respecto a los mensajes provenientes de la ideología dominante.
Es un rechazo completamente pasivo que, en principio, los arroja en brazos de los políticos al servicio de los empresarios. Funciona a pleno el mecanismo de lo que un politólogo de la academia, pertinaz opositor al kirchnerismo, bautizó como “democracias delegativas”. Pero no se trata solamente de esto, ya que en cualquier país capitalista más o menos estabilizado, éste puede ser el modo más corriente de construcción de la hegemonía.

Este apoliticismo reactivo de masas dista de estar desposeído de una mínima pauta de conocimiento. No es para nada una hoja en blanco. Posee sus sistemas de registro y codificación; los cuales los llevan a orientarse y a escoger, no a cualquier candidato burgués, sino a aquel cuyos rasgos lo recorten como relativamente exterior al sistema de partidos y en el cual los rasgos delegativos y cesaristas se acentúen cualitativamente. Naturalmente todo esto involucra una tendencia al vaciamiento de la democracia burguesa que es común a unos cuantos países capitalistas avanzados, tanto de los centros como algunos de los primeros escalones de la periferia. Las figuras de Berlusconi en Italia o de Piñera en Chile son las más representativas en cuanto a la figuración de una especie de salvador neoliberal-populista autoritario, diseñado mediáticamente y asentado en una especie de neo-derecha que busca frenéticamente negar su carácter de tal pero cuya impronta se vislumbra claramente a través del seguimiento de sus temas, símbolos y discursos.

El Berlusconi aparentemente monógamo que parece ser Macri se corresponde con estas tendencias internacionales; encarnándolas, hasta ahora, en forma local. No existen evidencias que indiquen que el macrismo permanecerá condenado a su splendid isolation en la ciudad autónoma de Buenos Aires o que será capaz de dar el salto hacia la constitución de una fuerza política de nivel nacional.
Estos sectores de masa funcionan las más de las veces a partir del conocido tópico de “la mayoría silenciosa”. Este es un slogan que no tiene nada de socialmente neutro sino que recoge una imagen del mundo que se orienta en un muy preciso sentido conservador.

Muchas veces su existencia como tal “mayoría silenciosa” es decretada por aparatos de reproducción masiva de la ideología burguesa como los medios de comunicación (a pesar de su apariencia autopoiética). Es un elemento relativamente móvil y sinuoso, que se desplaza en la sociedad. Podemos decir que cuando aparece, sea cual sea su volumen real (de mayoría real o autodecretada), la conservación del orden social existente tiene uno o varios puntos a favor. Su aparición ha sido clara en la última elección porteña. El voto macrista tuvo, en este sector, un carácter vergonzante, el cual solamente en la hora del triunfo de Macri llevó a cabo su exteriorización.

Un muralla contra la peste

El macrismo ha conseguido concentrar en una fuerza electoral una fantasmagoría común a muchas ciudades grandes: la acechanza de un afuera peligroso cuya inclusión en el entorno de la ciudad traería como consecuencia graves perturbaciones. Este tipo de fantasma es propio de la urbanización capitalista en ciudades altamente desarrolladas y complejas, las cuales, justamente por ese desarrollo y complejidad, se transforman en una máquina de diluir/disgregar identidades. Este efecto global es comúnmente puesto, imaginariamente por parte de diversos grupos sociales, afuera del conjunto ciudadano, desconociéndolo como parte de una dinámica que es propia del conjunto al cual se pertenece. El racismo visible en Europa desde hace tres décadas es una clara puesta en escena de este tipo de procesos. En Buenos Aires; periferia relativamente avanzada y que gusta imaginarse como una comunidad europea, blanca, de clase media y homogénea, hemos asistido en los últimos años a una extensión, relativamente vergonzante y sotto voce, de los prejuicios hacia la inmigración latinoamericana y, de manera mucho más abierta, a la postulación del manodurismo y a la colocación de los problemas de violencia urbana (acomodados todos bajo el perezoso y ambiguo rótulo de “inseguridad”) como el más importante problema del país.

El segundo aspecto arriba citado está lejos de ser una particularidad argentina. La propaganda a favor del estado penal se ha extendido vertiginosamente en el capitalismo globalizado en que vivimos y su postulación es la propuesta política del establishment mundial para efectivizar una solución inmediata y disciplinadota frente a los desórdenes que la misma reestructuración mundial genera. Una aclaración necesaria: el que las cuestiones aquí referidas expresen problemas globales no significa que todos los lugares sean el mismo lugar. Las distintas historias nacionales, es decir la manera en la que cada sociedad arribó al escenario del capitalismo globalizado, cuentan para poder explicar sucesos y tendencias y la combinación específica a través de la cual se manifiestan en cada sociedad nacional.

El macrismo expresa, como nadie ha logrado hasta ahora en la política argentina, estas tendencias. El macrismo expresa, mediante un envase amigable y descafeinado, las diversas paranoias sociales y la postulación del castigo y la sujeción hacia los elementos subalternos de la sociedad. Su logro real es conseguir expresar esta constelación de elementos prescindiendo de las hosquedades y la brutalidad de personajes como Patti o Rico. El macrismo encarnaría algo así como la versión buena onda del estado penal. Encaja muy bien con un estado de ánimo en el que una parte importante de la población gusta de verse a sí misma a través de la ambigua idea de “ser solidario” al tiempo que se practica en forma entusiasta lo que en la teoría política se denomina individualismo posesivo.

Si bien muchas veces en el análisis se tiende a asimilar en demasía a todos estos personajes y también a disolverlos a todos dentro del aire de familia de los años 90 y la época menemista, nos parece bueno precisar algunas diferencias. El menemismo por empezar, fue la dirección política del partido burgués más importante de Argentina por un prolongado período mientras que ninguno de los personajes antes mencionados (Rico y Patti por un lado y Macri por otro, más allá de sus semejanzas) logró estructurar una alternativa política de alcance nacional, siempre estuvieron limitados a un territorio. También cabe distinguir en que el menemismo tuvo el centro de su política de castigo sobre las clases populares más en la esfera económica que en la político-institucional-represiva, más en la segregación y el disciplinamiento del mercado que en pegar palo y disparar tiros (aun cuando no haya dudado en hacerlo en ciertos momentos).

Cabe aclarar también que, en nuestra opinión, cuando afirmamos que la clase dominante aspira a instalar el estado penal no queremos decir que éste no exista en absoluto. Todo lo contrario. Pero al mismo tiempo la versión argentina del estado penal asume formas a las que podemos caracterizar más de implícitas que de explícitas. Para una parte importante del núcleo de la burguesía el nivel de amenaza sobre las clases populares es aún insuficiente. Parte de las disputas con el kirchnerismo están cruzadas por esta cuestión. Se atenúan en los momentos de alto crecimiento pero siempre vuelven. Para el establishment, el kirchnerismo integra a su agenda una parte de sus demandas en materia de castigo pero siempre concluye haciéndolo de manera timorata e inconsecuente, sin convicción o, si revisamos editoriales de La nación al asumir Garré su nuevo ministerio, sin querer hacerlo de verdad .

Al mismo tiempo el personal político que estaría gustoso de llevar adelante estas políticas no tiene la gravitación en el escenario político nacional para poder realizarlo. Alguien como Duhalde tiene estructura nacional pero carece de toda oportunidad para llegar al gobierno por elecciones. El macrismo, a punto de obtener su segunda victoria en Buenos Aires, ya en 2007 parecía estar a punto de arrancar un vertiginoso ascenso político pero su estructuración nacional se ha visto frustrada hasta ahora. Su agalma parece estar todavía demasiado afincada en lo porteño; en erigirse en una especie de muro protector de la ciudad limpia contra un exterior contaminante. Lo que le provee parte importante de su éxito también significa un lastre hasta ahora insuperado.

La imagen que hemos traído aquí, que refiere a los muros de la ciudad antigua, tiene sus límites en tanto analogía. La muralla de la ciudad antigua era una construcción física. Visible, localizable y tangible. Los muros de la ciudad contemporánea son invisibles y atópicos. Podemos decir que son una sustancia social que no contiene ni un gramo de tosca materialidad, de un modo similar a la forma valor analizada por Marx al inicio de El Capital. La concepción ideal del macrismo sería la de reforzar este proceso objetivo con algunas intervenciones estatales que amplifiquen y profundicen sus efectos en una suerte de exclusión, de encierro hacia fuera.

La frase de Macri, muchas veces citada y que causa horror en toda persona mínimamente democrática, de que el último que pensó la ciudad fue Cacciatore hay que tomarla en toda su seriedad porque, más allá de la diferencia de momentos políticos, encarna la misma idea. El brigadier Cacciatore también tuvo su frase celebre cuando afirmó que había que merecer vivir en Buenos Aires. Merecer la ciudad fue el nombre del trabajo en el que Oscar Ozlak realizó una pormenorizada descripción de ese gobierno y de su significado. Habría que releerlo y comparar, más allá de la explicitada voluntad macrista de seguir esa senda trazada.

El Pro como fuerza política

Este linaje del Pro es un elemento sin duda perturbador en lo que refiere a su ubicación en la democracia burguesa. En su interior se puede ver a cuadros políticos y jurídicos de indudable prosapia procesista (Pinedo, Young, etc), y que reivindican elípticamente ese pasado pero sin dejar dudas, que se encuentran en lugares de conducción en la fuerza política y de ejecución administrativa en el gobierno porteño. Ya mencionamos antes a fragmentos de la organización territorial del peronismo y el radicalismo de la capital.

En el primer caso algunos de sus referentes históricos aparecen entre las primeras espadas macristas en la legislatura de la ciudad. Esta organización territorial, de modo similar a lo que ocurre en la Provincia de Buenos Aires, concentra una coalición de intereses y una estructuración jerarquizada en la que la distinción entre dirigentes y dirigidos está dada por su grado de libertad respecto a la necesidad material. Habría que investigar estrictamente en qué se diferencia la organización territorial del macrismo de la del peronismo de la Provincia de Buenos Aires.

A primera vista la segunda parece más orientada a prácticas compensatorias en relación a las clases populares mientras que los grupos territoriales macristas se parecen más a los grupos reclutados por las empresas de organización piramidal; aunque esto lo postulamos como una hipótesis interpretativa a verificar.
A pesar que, como han planteado varios periodistas e intelectuales en los últimos días, el macrismo no puede ser calificado como fascista, nos parece también equivocado caracterizarlo como una opción política burguesa normal. Si vamos a sus prácticas políticas, aún obteniendo votos populares, utilizó medidas propias del estado de excepción, al erigir un servicio de espionaje a opositores políticos y a meros enemigos privados de Macri y su clan. Todo esto conlleva una privatización autoritaria de los poderes públicos que implica una clara violación a los límites de la misma democracia burguesa, que se agrega al vaciamiento propio de ésta a causa de las políticas neoliberales (aunque obviamente la realidad puramente localista del macrismo impide que esta tendencia se lleve a pleno). Casi estaría de más recordar la agresión constante a los desposeídos en la ciudad de Buenos Aires, cuya expresión más saliente fue la UCEP. Por más que este cuerpo represivo haya sido puesto entre paréntesis, esta política general no fue abandonada por el macrismo.

El parque Indoamericano y la denuncia de la “mafia de los trapitos” testimonian acerca de ello. E indican que, además del hecho represivo en sí (que no lo diferenciaría cualitativamente de otros eventos similares en que los poderes públicos recurren a vías de hecho, hay que agregar la expansión tóxica de un discurso ultrarrepresivo y racista que se distribuye por amplios sectores del cuerpo social. La ratificación electoral recibida hará retomar a todas estas tendencias un nuevo auge.

Por estas razones nos parece equivocado ubicar al macrismo como una opción democrático-burguesa más. Sus manifestaciones verbales a favor de la democracia no lo acreditan necesariamente como tal. Justamente la ideología del Proceso de Reorganización Nacional, lugar del que provienen varios de sus cuadros, nunca expresó un rechazo de principios a la democracia política, más allá de que algunos grupos de izquierda hayan calificado como fascista a la dictadura del 76 por razones de propaganda y agitación política. El Pro-ceso lo que hizo fue afirmar que la tradición democrático populista no constituía una verdadera expresión de democracia. La verdadera democracia advendría cuando la junta militar alcanzase sus fines. Algo parecido a lo que las diversas oposiciones de derecha en Argentina (de la que hace parte el Pro) y la región plantean respecto a los gobiernos que se apartan, en mayor o menor grado, de las orientaciones de la derecha liberal dura.

La formulación más aproximada respecto al carácter del macrismo es que éste, asumiendo formalmente la democracia política (lo que retoma la tradición de la derecha autoritaria argentina), es una fuerza que debemos situarla más acá de la democracia burguesa. Es decir, como un partido que no califica en varias asignaturas de la democracia puramente formal (ni hablemos de la sustancial). Y a la cual esas carencias no le resultan un déficit, algo que deberá recuperar en algún momento sino que son un segmento destacado de su identidad.
Por último, cabe aclarar que a pesar de que entroncamos a Macri en el interior de una tendencia de voto apolítico/antipolítico que dirige su preferencia hacia fuerzas con claras características delegativas y cesaristas, el individuo Mauricio Macri parece estar lejos de encarnar la imagen de un salvador autoritario, aunque autoritarios sean los rasgos y las acciones del Pro. En cierto sentido el Pro parece ser una fuerza en la que su líder visible comparte parcialmente su dirección política con algunos de los cuadros políticos de su confianza (grupo Sofía, resaca del PRN, etc) para poder llevar adelante las tareas de gobierno. Para muchos el verdadero jefe de gobierno es Rodríguez Larreta, ya que encara con entusiasmo las tareas que aburren a Macri. Por otro lado, la tarea de sondear en los intersticios de los discursos que circulan por la sociedad civil con el objetivo de montarse en ellos corresponde al célebre Durán Barba, quién aconsejó a Macri bajarse de la elección nacional lo que disgustó visiblemente a varios de los dirigentes que venían en la línea sucesoria. Por todo esto el macrismo, si bien se construyó bastante sobre la imagen de un empresario que buscaba sinceramente contribuir al bien común, representa una tropa de elite de la derecha dura por lo cual la pata concientemente autoritaria de su electorado no se equivoca cuando se dirige en esa dirección.

Los que se equivocan, y sólo parcialmente, son aquellos que toman favorablemente el discurso manifiesto del macrismo ya que lo que hacen es eludir la consideración o hacer oídos sordos por las consecuencias necesarias que trae que gobierne una fuerza de esta clase y retiene únicamente el anhelo de que sus promesas de un mundo empresario ideal y dorado se materialicen.
Otros aspectos con los que coincidimos han sido factores influyentes en este resultado electoral, pero que ya ha sido remarcado por otros analistas, y no nos interesa repetir cosas ya dichas, fueron el blindaje mediático protector de Macri, el hecho de que éste fuera en cierta manera un polizón/parásito de la prosperidad económica relativa del kirchnerismo y la campaña sucia contra Filmus. Todas estas cosas influyeron y convergieron para este resultado.

Elecciones y perspectiva

En la campaña se pudo apreciar la manera en que el discurso soft y apolítico de Macri fue replicado por un discurso político del FpV referenciado únicamente en el gobierno nacional pero también casi completamente carente de aristas duras y propias, como si la despolitización del Pro hubiera inficionado a sus filas. Al mismo tiempo, mientras el Pro utilizó a fondo su base territorial en la ciudad el FpV realizó una campaña que dejó muy en segundo plano los elementos más clásicos de la militancia política, aun la rentada y punteril. En ese sentido el Pro parecía estar más a tono de las tradiciones peronistas en el trabajo político (en lo bueno y en lo terrible que tienen) que el oficialismo nacional de capital.

Proyecto Sur vio fuertemente mermado su potencial electoral dejando a la vista que su progreso en 2009 fue producto de un desplazamiento coyuntural, principalmente, del voto anti-k (por ejemplo, uno de sus batacazos se dio en Caballito, epicentro de la protesta a favor del gran capital agrario). Este sector, tensionado por la decisión de elegir quién gobierna, decidió volver a fuerzas como el macrismo, que socialmente le son más afines. A Proyecto Sur lo acompañó su electorado más verdadero, el que pertenece a visiones nacional-populares izquierdantes así como otras tradiciones de izquierda más difusas.

La izquierda en diferentes variantes fue completamente irrelevante. En su aspecto principal, fue víctima de la polarización despareja que terminó dándose. Una parte de su electorado, difícilmente medible, optó por votar a Filmus ya desde la primera vuelta. Esto alcanzó tanto a Zamora como al FIT y al MAS. En el caso específico de los partidos que componen el FIT las elecciones dejaron a la vista la acentuación de su crisis orgánica y el rechazo que provoca su política. Su éxito neuquino si bien no es absolutamente despreciable debe contextualizarse en el marco de una provincia chica. Allí donde aumenta la presencia cuantitativa de las grandes masas su presencia política tiende a diluirse.

En este panorama, de virtual triunfo macrista en la ciudad de Buenos Aires, la posición de una izquierda anticapitalista, democrática y socialista debería intentar unificar la mayor cantidad posible de gente en torno a un voto democrático y popular de repudio a Macri. Este fin no puede llevarse a cabo a través del voto en blanco o de un aún más marginal voto programático. Una alternativa semejante sólo puede leerse como una actitud de indiferencia ante las fuerzas en disputa. O de una caracterización de que son básicamente equivalentes, que ninguna es más progresiva o más reaccionaria que la otra.

No es nuestra posición. Sin sentir ninguna necesidad de hacernos kirchneristas ni asordinar ninguna de las cosas que rechazamos del gobierno creemos que la alternativa macrista es claramente peor. Este voto de repudio a Macri, que sólo puede constituirse como tal votando a Filmus, no tiene que ser inhibido por las usinas de la derecha mediática. El voto en segunda vuelta por Filmus, si se trabaja políticamente bien por sectores de izquierda y verdaderamente progresistas, va mucho más allá del electorado del FpV (superaría claramente el techo que ampara al campo kirchnerista) y podría poner en pie a la parte, aparentemente minoritaria, pero muy amplia de la ciudad que repudia a Macri.-


                                                                                    Isidoro Cruz Bernal