miércoles, 23 de febrero de 2011

RETRATO DE JACOBY POR RICARDO PIGLIA


Retrato del artista invisible

Desde hace 50 años, viene practicando una forma de arte en cambio constante y siempre un paso adelante: las vanguardias de los ’60, la resistencia pacífica, astuta y confabulada contra la represión intelectual de la dictadura, el tráfico de ideas bajo la alegría bailable de Virus, la mezcla telúrica de redes sociales y trueque del Proyecto Venus y Bola de Nieve. Atento a las nuevas tecnologías, a la política y a la sexualidad, Roberto Jacoby tiene una obra que, por esencia intangible, fugaz, siempre lanzada hacia adelante y a la espera de ser completada por la experiencia de verla o ser parte de ella, se resiste a entrar a los museos. Sin embargo, la semana que viene, el Museo Reina Sofía de Madrid inaugura una retrospectiva de ella. Ricardo Piglia, que lo conoce desde sus principios, recorre su trayectoria, revela el poder iluminador de su obra, explica por qué sus mil metamorfosis tienden todas a proponer una vida mejor y recuerda el día en que Jacoby dejó mudo a Umberto Eco en un bar de la calle Florida.

Por Ricardo Piglia


1. ENTRE EL TEDIO Y LA POLITICA

La obra de Roberto Jacoby no plantea la cuestión –habitual hoy en día– “¿Qué es el arte?” o “¿Qué puede considerarse arte?”; su trabajo gira más bien en torno de la pregunta “¿Qué es un artista?” o quizá, con más precisión, “¿Qué será un artista?”, a la manera del siempre renovado asombro infantil pero también en el sentido del futuro: el artista como una figura fugaz que va siempre hacia adelante, que no se puede cristalizar, que está en constante fuga hacia el porvenir.

Imagen de archivo intervenida como parte de la instalación 1968: el culo te abrocho, en la Galería Appetite, 2008.

A veces Jacoby mismo encarna ese lugar; a veces lo señala, lo rastrea y lo hace ver. De hecho, su obra puede pensarse como la cartografía de una figura casi invisible, la construcción de un mapa con el indicio de las localizaciones y los modos de aparecer y de esconderse del artista. Un ejemplo de esto fue el plano de La manzana loca (1986), donde trazó el diagrama de una zona de Buenos Aires, una topografía de las instituciones, plazas, galerías, librerías, bares y hasta peluquerías de la ciudad, en donde se constituyeron los espacios fundamentales de sociabilidad artística en los años ’60, y se generaron cruces entre artistas e intelectuales de diversas edades, generaciones, tribus, géneros y clases. Desde esta perspectiva, la definición del artista adquiere una dimensión territorial: ocupa lugares y coordenadas específicas y su identificación es para Jacoby una de las formas de la práctica contemporánea del arte. Otro ejemplo posible es el proyecto Bola de Nieve: una red de artistas curadores que señala las relaciones entre los creadores a partir de su reconocimiento mutuo, e intenta renovar el entramado del arte en las condiciones abiertas por las nuevas tecnologías. Así, en medio de la sobreexposición y la instantaneidad de la escena actual, la obra de Jacoby reformula su propuesta: ¿dónde habrá un artista?

Las fronteras de esa búsqueda son, por un lado, el tedio y, por el otro, la política, o mejor, la política revolucionaria. Stendhal dedicó parte de su novela Rojo y Negro al aburrimiento que genera el día a día de la vida autocrática burguesa, en la que sólo importa causar una impresión favorable en los demás sin que, en el fondo, nadie disfrute realmente con esa clase de éxitos. Sujeto sin deseo, el individuo burgués es sometido a la serialización, al vacío, como una forma de control opuesta a la pasión política.

En la obra de Jacoby se observa un primer límite de lo que queda afuera de su universo y es precisamente la indiferencia, la languidez, lo que podríamos llamar el arte en estado de coma. Durante la última dictadura militar argentina, el efecto del terror –aunque no fuera uno afectado personal y directamente por la represión– se manifestó como inacción generalizada, parálisis; el terror como espera y tedio mortal. Ese estado de ánimo formó parte, en la concepción de Jacoby, de una respuesta pasiva a la experiencia del terrorismo de Estado: “Las estrategias políticas del gobierno militar habían operado exitosamente sobre los cuerpos a través de la aniquilación, los tormentos, la prisión, el control urbano y los sistemas de información, ya que su meta fue lo que Clausewitz denomina ‘las fuerzas morales e intelectuales’, que suele ser en la guerra el verdadero objetivo para la destrucción de las fuerzas físicas o corporales. En verdad actuaron sobre el estado de ánimo de la población hasta que los impulsos de autonomía se extinguieron casi por completo”, escribe Jacoby (en La alegría como estrategia, 2000).

Intervención Mao y Perón, un solo corazón, en el Central Park de Nueva York, 1967.

En contraposición, su práctica artística va hacia la política, sin abandonar nunca el trabajo creativo sobre la forma. En el marco de esa intervención se ubica el conjunto de acciones que dio en llamar “estrategias de la alegría” y que comprendió, entre muchas otras propuestas, su participación en el renovador grupo de pop-rock Virus desde 1979 y más tarde las fiestas nómades en espacios no convencionales que organizó en los ’80. Virus formó parte de un conjunto de prácticas que fueron un modo de resistir al clima de opresión no sólo a través del uso del humor en las letras de las canciones y de la composición a partir de ritmos alegres y bailables, sino también por medio de las condiciones de producción de los espectáculos, la forma de organizar la sala, la dimensión performática de los shows. Una invitación a no quedarse sentado ni solo, a bailar y celebrar con otros.

En ese territorio imaginario, definido en sus bordes por el tedio y la política, lo que está en el cruce es la amistad, o, en términos de Jacoby, las “tecnologías de la amistad”: una metáfora de la construcción de grupos que nos da una pista acerca de la figura del artista por la que Jacoby se interroga en términos de futuro y de deseo: para él un artista es, o mejor será, alguien que no se piensa en tanto individuo sino que privilegia la producción colectiva, la colaboración, la acción grupal. De allí su interés por las sociedades experimentales que tuvo su momento de mayor institucionalidad en 2004 cuando dirigió el Area de Sociedades Experimentales en el Centro Cultural Ricardo Rojas de la Universidad de Buenos Aires, pero que se remonta mucho más atrás, al fallido intento del que fui parte, Internos. Aquel proyecto, pensado a fines de la dictadura en un intento de romper el aislamiento reinante, quería producir una red de intercambios de ideas, percepciones, lecturas, textos en proceso, entre una heterogénea lista de intelectuales. Algo a lo que luego Internet nos acostumbró, pero que en los primeros años ’80 implicaba montar un sistema de circulación en red de mensajes, de imágenes y de textos, mediante fotocopias, envío de fax y llamadas telefónicas en cadena. Un desarrollo de esos circuitos semipúblicos (grupo de conocidos, mensajes en serie, prácticas múltiples) fue el Proyecto Venus, donde un colectivo de artistas constituye una sociedad virtual, acuñando una moneda propia y formas de gobiernos inmóviles y fugaces, para intercambiar experiencias, servicios, obras, teorías, actos e intervenciones públicas.

Encuentro una vinculación entre estas iniciativas colectivas de Jacoby y las hipótesis sobre las intrigas y los grupos que se constituyen para planificar acciones paralelas y mundos alternativos que esbocé en mi presentación Teoría del Complot, que expuse en uno de los Plácidos Domingos en los que se gestó el proyecto Venus. Se trataba de definir una forma de complot no secreta y amenazadora, sino pública y pacífica. Allí, yo proponía la vanguardia como una respuesta política, propia y específica, a los procedimientos de construcción del poder político y cultural implícitos en el liberalismo, una respuesta a la idea del consenso y el pacto como garantías del funcionamiento social, la visibilidad del espacio público, la noción de representación y de mayoría como forma de legitimidad. La vanguardia vendría a cuestionar estas nociones, con su política de secta, de intervención localizada y explosiva, con su percepción conspirativa de la lógica cultural y de la producción del valor, como una guerra de posiciones. El modelo de sociedad de la vanguardia es la batalla, no el pacto, es el estado de excepción y no la ley. La práctica artística alternativa hace ver lo que las ideas dominantes niegan y se propone debilitar los centros de poder cultural y alterar las jerarquías y los sistemas de significación. De este modo, la vanguardia artística se descifra claramente como una práctica antiliberal, como una versión conspirativa de la política y del arte, como un complot que experimenta con nuevas formas de sociabilidad, que se infiltra en las instituciones existentes y tiende a disolverlas y a crear redes y formas alternativas.

Anti-afiche del Che Guevara con la frase “Un guerrillero no muere para que se lo cuelgue en la pared”. 1969.

Jacoby realiza ese tipo de intervención al crear plataformas para pensar en conjunto, conectarse y actuar por afuera de las instituciones. La práctica artística es colectiva y contingente, cualquiera puede ocupar ese lugar provisorio y desvincularse de él: la figura del artista es utópica, igualitaria e incierta. La obra de Roberto plantea ese problema desde el inicio en los años ’60 (nosotros –los artistas– desmaterializamos) y lo renueva hasta la actualidad (en la intervención grupal y política propuesta en la Bienal de San Pablo, 2010).

Estamos ante una actividad de larga duración definida por la transformación y la metamorfosis del arte; en estos cincuenta años de trabajo Jacoby no fue un precursor sino un artista que ilumina previamente prácticas secretas que un tiempo después se advertirán de modo generalizado y serán de comprensión inmediata. Su obra tiene la doble temporalidad de la ironía; el sentido no se comprende en el momento sino luego de un lapso incierto en el que por fin la risa ilumina la oscuridad. El arte es la captación diferida, el efecto futuro, Jacoby es el artista irónico, el que vive como si conjugara mal los tiempos verbales, desfasadamente, a destiempo; es el intempestivo.

2. MODOS DE HACER

¿En qué sentido Jacoby puede considerarse un artista irónico? En sintonía con propuestas como las de Marcel Duchamp, William Burroughs o Macedonio Fernández, Jacoby piensa más en el acto artístico, en la acción de crear, que en la obra como producto terminado. Es en ese gesto donde yo leo la impronta de la desmaterialización en su trabajo: la acción artística es más importante que el resultado mismo, la invención no se dirige hacia el objeto material en sentido pleno sino que el objeto es un punto de partida para la construcción de una experiencia. Eso para mí es lo importante de la noción de desmaterialización que Masotta retoma de El Lissitsky y que Jacoby y su grupo llevaron a la práctica.

En ese sentido, su obra liga la desmaterialización a los avances de la tecnología cotidiana más que a los medios de masas. El desarrollo tecnológico es un instrumento que Jacoby utiliza para producir el efecto conceptual. Lissitsky diría: antes uno para mandar una carta usaba papel, compraba un sobre, se sentaba a escribirla, iba al correo, etcétera. El mismo mensaje se envía ahora de un modo inmaterial, casi abstracto. Se trata de la utilización de tecnologías nuevas que van más allá de lo que tradicionalmente llamamos “medios” y que Roberto vislumbró décadas atrás, con su interés en la conformación de conexiones en tiempo real anteriores a la web, los usos artísticos del grabador, la teletipo, la mecanografía, los esténciles, el mimeógrafo, las viejas fotocopiadoras, los faxes, el contestador telefónico, la televisión, el video, la visión infrarroja. Se trató, en todos los casos, de la construcción de redes de intercambios y circulación de obras que estaban dirigidas específicamente a una comunidad de conocidos. El artista, en principio, trabaja para una red de amigos.

Vistos en perspectiva, pareciera que sus proyectos hubieran estado esperando la aparición de Internet para funcionar retrospectivamente a la manera de “Kafka y sus precursores”. Las condiciones actuales permiten descifrar los sentidos múltiples de intervenciones y prácticas que en su momento fueron consideradas minoritarias y cerradas. Para Jacoby –entonces y ahora– se trata de los usos creativos de la tecnología socialmente disponible en cada momento. La desmaterialización acompaña el desarrollo técnico: el carácter cada vez más liviano de los mensajes y los medios los transforma en conceptuales. No se trata de la disolución del objeto o del cambio de contexto de la percepción artística, sino del trabajo abstracto con la reproducción, la serie, la velocidad y las formas que la tecnología pone a disposición de la sociedad. Los instrumentos técnicos –de la imprenta, de la radio, de la televisión, de la red digital– son el verdadero ready made del arte contemporáneo. El artista actual se parece al Doctor Mabuse, es un ilusionista cyber, politizado y mutante, que identifica modos de hacer.

Revista Sobre, con la que impactó a Umberto Eco. 1969.

En su ensayo “La filosofía de la composición”, Edgar Poe instaura una tradición literaria muy productiva: explica cómo se hace un poema para que otros puedan hacer un poema. Lo mismo hizo al inventar el relato policial y su inolvidable y arriesgado razonador: Auguste Dupin. Poe definió los elementos mínimos necesarios para crear una intriga (el criminal, el detective, la víctima, la historia que se cuenta en sentido cronológico inverso, etcétera) y a partir de esa forma conceptual se desarrolló uno de los géneros más populares de la narrativa moderna. El artista es un creador de formas. En esa tradición se reconocieron Baudelaire, Mallarmé, Raymond Roussell, Borges, el grupo Oulipo. Del mismo modo, la experiencia de Jacoby es la de un artista que construye no sólo obras, sino modos de hacer obras. El arte es una potencialidad abierta, disponible, un campo magnético de proyectos programáticos que cualquiera puede activar. Jacoby, como sabemos, inventa estilos, procedimientos, conceptos creativos, los usa y los abandona para buscar nuevas formas y nuevas relaciones. La renovación constante, la revolución permanente, es parte de su trabajo artístico y político contra la inercia, la repetición, la burocracia estética de lo siempre igual. Por eso, sus cambios frecuentes de registro (escritura, imágenes, investigación, teoría, música, teatro, performances, instalaciones): la renovación de los lenguajes es una de sus marcas como artista.

El arte, decía Stendhal, es la inminencia de la felicidad, siempre está por venir, hay que estar alerta, experimentar, salir a ver, alcanzar la utopía. Los modos de hacer arte tienen que ver –más que con estrategias artísticas “puras”– con formas de vida que aspiran a la felicidad. Ese es el rasgo central de la poética de Jacoby. No hay nada específico en lo específico del arte, salvo la actitud –atenta y disponible– del artista hacia la vida buena. Por eso sus múltiples modos de hacer tienden a borrar los límites entre la vida y el arte: para modificar el lenguaje hay que cambiar la forma de vivir. Pero a la vez el arte imagina formas de vida para las cuales la realidad no está preparada. El trabajo con lo posible, con lo que todavía no es, ronda los dos grandes motivos que se reiteran en la obra de Jacoby: la revolución y la sexualidad. Las microsociedades experimentales, la tecnología de la amistad, las redes fugaces, las colectividades alternativas, son espacios de experimentación artística y política. El arte es una sociedad sin Estado, su realidad es la vida cotidiana. Jacoby me recuerda la experiencia de los anarquistas utópicos que decidían realizar su propuesta de una sociedad nueva en su vida personal. Esos modos de vida posibles –que incluían otras costumbres sexuales, otros cuidados del cuerpo, la ausencia de dinero, la socialización de la propiedad personal, transformaciones de la identidad, la vestimenta, la alimentación– eran programas de vida futura que, realizados en el presente, buscaban modificar los sentimientos, las concepciones y la percepción de la realidad. Esa aspiración a una vida nueva es para Jacoby la condición de la práctica artística.

Como catálogo de la muestra que inaugurará el 25 de febrero en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (Madrid) y que podrá visitarse hasta el 30 de mayo de este año, se presentará el libro El deseo nace del derrumbe. Roberto Jacoby: escritos, acciones, conceptos (Buenos Aires/ Barcelona, 2011), que reúne por primera vez proyectos, manifiestos, canciones, conversaciones y otros textos del artista y sociólogo. El libro es el resultado de años de investigación de la Red Conceptualismos del Sur y se publica bajo el sello editorial de Ediciones La Central, Adriana Hidalgo Editora y Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, con edición al cuidado de Ana Longoni.

3. UN CICERON DE LAS PAMPAS

Mi relación con Roberto es, en algún sentido, generacional: caminos que se bifurcan y que se vuelven a encontrar. Empezamos juntos como quien dice y aún hoy estamos empezando. Creo que esa voluntad de volver a empezar, la ilusión de hacer siempre algo distinto y no repetirse, es una marca de aquellos años.

Nos conocimos en una fiesta, en la casa de una amiga, Gioia Fiorentino, alrededor del año 1963 o 64. Allí empezamos a conversar y desde entonces he estado muy atento a lo que él hace. Es una de las personas más generosas y creativas de la cultura argentina, quizá la más creativa que yo conozco. Es un constante generador de ideas, pendiente de todo lo que sucede en la política y en la vida cultural. Siempre tuvo un ojo muy certero para identificar las nuevas tendencias, para llamar la atención sobre cuestiones artísticas o políticas con mucha destreza. Como una especie de cicerone –o Cicerón– del mundo cultural, Roberto es el que sabe ver, el que convoca y hace posible, el que potencia y define un estilo.

Siempre recuerdo que fuimos juntos a ver a Umberto Eco, que estaba de paso en Buenos Aires, invitado por el Instituto Di Tella, y le llevamos la revista Sobre que Roberto estaba haciendo en esa época (1969). Nos encontramos en un bar en la calle Florida y Eco –que en esa época como teórico del Grupo 63 era uno de los referentes de la vanguardia europea– se sorprendió con una revista que primero había que romper para acceder a una combinación inesperada de materiales múltiples: historietas, panfletos, consignas, manifiestos, tesis, historias de vida, dibujos, diagramas. No había un orden fijo y Eco iba sacando esas hojas fotocopiadas sin entender del todo lo que estaba viendo o, en todo caso, sin que sus categorías le permitieran descifrar ese entrevero argentino de arte, política, cultura popular y propaganda.

Al fin de esa tarde volvimos caminando por la calle Corrientes y tuve una vez más la certeza de que Jacoby estaba un paso adelante de las últimas acciones del arte contemporáneo. Su posición de avanzada, su posición inclasificable lo ha dejado solo muchas veces pero siempre se sostuvo ahí, con la ética irónica del artista que sabe hacerse invisible para poder persistir. Esa es una de las grandes lecciones de su obra. Por eso creo que la exposición que se inaugura en estos días en el Museo Reina Sofía de Madrid es un acontecimiento que permitirá reconstruir la extraordinaria trayectoria de un creador que hoy está, por fin, mucho más acompañado (lo que seguramente no deja de inquietarlo).


Imagen de tapa: No soy un clown en la galería Belleza y Felicidad. 2001 Foto: Pablo Mehanna

(*) TEXTO PUBLICADO EN radar-SUPLEMENTO DE DIARIO pAGINA 12 - , domingo 20 febreo 2011.-


sábado, 19 de febrero de 2011

Homenaje a Leónidas Lamborghini


El poder de la parodia

LEÓNIDAS LAMBORGHINI


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He preparado una pequeña introducción, y después voy a leer algunos textos del ciclo de El solicitante descolocado, a modo de ilustración, porque creo que se adecua bastante al tema que nos convoca 1.


La Política y la Historia, o si se quiere la Historia Política del país vivida como constante presión sobre la escritura, encarnada allí como destino, como fatum contra el cual se lucha. Poesía, relato, narración en verso quebrado irregular y jadeo continuo, como síntoma de ese sobre esfuerzo en el que la voz emerge desde una situación de asfixia.


Violencia contra violencia, transgresión por transgresión. Características que signan la etapa de El solicitante descolocado (1955-1970), que aparecen también en Partitas, donde está el poema "Eva Perón en la hoguera", o su reescritura, donde la presión rompe modelos y se llega al desmontaje y mutación de textos. Se repiten, si bien con un exacerbamiento mayor, en Estanislao del mate (1979-1985), escrito durante los años del Proceso en el exilio mejicano. No dejan de marcar al Odiseo confinado (1989-1991), en una de sus voces, la de Kalaf, el salvador.


Y últimamente se remansa en el endecasílabo de la poesía más conceptual de Comedieta, un libro inédito escrito en 1994 a la espera de su publicación. Hay una pequeña novela, que se editó en 1994, Un amor como pocos, donde en el monólogo del ovejerito, al final, se hace un "cuadro de situación".
En rigor de verdad, más cercana o más lejana, la Política y la Historia Política siempre han estado haciendo esa presión sobre mi trabajo.


Otro que termina por dar una misma fisonomía a todo el conjunto es la forma de parodia trágica en la que se expresa. La risa conectada al horror, la desdicha cantada y contada desde la diversión del tono del lenguaje, la parodia anunciando la tragedia (como lo veía Nietzsche), o la historia como tragedia que cuando se repite lo hace como parodia (según Marx).


Entre estos dos términos, creo, se define nuestra realidad histórico-política como supieron entenderlo y expresarlo los gauchescos: Hidalgo, Ascasubi, Del Campo, Hernández. La gauchesca como caricatura del modelo, la caricatura como la verdad del modelo. Ese Sarmiento con cara y gesto de orate, disfrazado de mariscal que ilustra el afiche en el que se anuncia este ciclo de conferencias.


Nuestra realidad histórico-política es de esa naturaleza. Comprendido lo que de trágico conlleva, y en trance de expresarla, la lágrima, el quejido, no tienen a mi parecer tanta eficacia como la actitud de asimilar esa distorsión, asumirla y devolverla multiplicada. Una épica de la antiépica con un antihéroe como héroe. Los paisanos payasos de Hidalgo, de Ascasubi, de Del Campo, y ese clown desgarrado que los resume a todos: Martín Fierro.


Se trata, en suma, de un arte artero, como la realidad contra la que se mide y reacciona. Arte artero por lo que tiene de sarcástico, de irónico. Por lo que tiene de ir a menos, en apariencia, cuando lo que se propone es apropiarse de la palabra del pueblero, o más bien borrarla para ubicar, en triunfo, a la palabra del marginado, del oprimido, en el centro del gran tinglado.
«Yo no soy cantor letrao», dice Fierro.


Pero este carenciado, como se diría ahora, este "sin palabras", se quedará con la palabra de la gran poesía. Ese poder, el poder de la palabra poética.
He tratado de explicitar la estética en la que se inscribe mi obra, sobre todo en lo que hace a los hitos ya citados: exploraciones de nuevas posibilidades de lo cómico, y poesía dramática, de personajes frente a un lirismo trasnochado que no se hacía cargo de la historia ni de la política y que, en todo caso, adoptó un tono de poesía social mendicante. Lo cómico como un límite desde el cual se expresa lo trágico. Lo cómico como lo verdaderamente trágico de nuestra situación, especie de risa desahuciada. Lo trágico visto desde lo cómico. El encuentro con la parodia. La parodia como lo verdaderamente serio. Relación burlesca con el modelo. Crisis de todos los modelos.


Acá hago algunas anotaciones: cuando hablo de la parodia hablo de la mezcla, del gusto por la mezcla, del gusto por el disfraz, por el remedo. Recuerdo que Macedonio [Fernández], cuando le preguntaban qué poetas le gustaban, solía decir: «Mallarmé... Estanislao Del Campo...».


Quiero insistir en una idea que últimamente ha venido a servir de soporte para ensayar nuevas incursiones en esto que yo llamo lo cómico que es lo trágico. Cuando yo digo que la verdad del modelo es su propia caricatura, retomo una idea de Barthes cuando dice que el modelo, el arquetipo, está ahí instalado, felizmente, dichosamente y la parodia se relaciona con ese modelo y con cualquier modelo en término de mofa, de burla.


Entonces esta presunta perfección del modelo se viene abajo y muestra esa caricatura, lo que realmente es. Un modelo (político, social, el que ustedes quieran) puede estar siendo ofrecido como una panacea hasta que aparece el parodista y demuestra, por ejemplo, que la verdad de ese modelo es una caricatura trágica, sangrienta. Es un genocidio, por ejemplo.


Entonces aquello de Nietzsche que dice: «empieza la parodia, empieza la tragedia», que lo dice en La gaya ciencia, en las últimas páginas. Empieza la parodia, empieza la tragedia... Y Marx que dice «La historia como tragedia y luego se repite como parodia». Son los dos hombres que le han dado ese lugar a la parodia frente a la tragedia. Han reemplazado comedia y han puesto parodia, y han visto la interelación que hay entre estas dos. Y le dieron esa imponancia y ese lugar, que no es el que le dan los diccionarios o las preceptivas literarias. El lugar menor de un género que se burla de una obra consagrada.


Ahora bien. Todo el arte contemporáneo está teñido de parodia. Es paródico. El teatro del absurdo. El cine. Lo que se puede ver en televisión. Y si le sacamos el matiz peyorativo y lo vemos en términos de que la parodia es una relación, nos preguntamos:
¿relación con qué?. Y.. con el modelo, ¿Pero relación de qué?


Y... de contraste y semejanza.

En realidad, la que se entiende bien es la parodia burlesca porque es de contraste con el modelo. La que se tendría que entender major es la parodia como canto paralelo, como semejanza con el modelo. Que no es igualdad. Es semejanza. Como la relación de padre a hijo. Es paródica: hay elementos de semejanza y elementos de diferencia.

Yo he usado en este ciclo la parodia, como decíamos, para desenmascarar al modelo desde la risa.


Y en vez de llorar frente a él, o de quejarse, reírlo. Esa risa crítica, ¿no?

El ciclo comprende Las patas en la fuente, La estatua de la libertad y Las diez escenas del paciente 2. Las patas en la fuente, hablando de semejanza y contraste con un modelo, intenta relacionarse (en ese momento estábamos en el '66, plena resistencia peronista) con ese modelo que es el Martín Fierro. La semejanza era que había una masa marginal que aparecía en el canto de Fierro, "El gauchaje", que después fue "La Chusma" durante Irigoyen y Los "Cabeza Negra" en el peronismo. Había semejanza: masas proscriptas, gauchaje proscrito, matrerismo en la campaña, matrerismo de este personaje, El Solicitante Descolocado, en la ciudad. De modo que yo trabajé bajo un esquema de "Gauchesco urbano" (lo bauticé así en ese momento). Y no me cuidé ni siquiera de hacer una especie de payada, de contrapunto entre el Solicitante Descolocado y el Saboteador Arrepentido. Como diríamos entre Fierro y Cruz. Con un momento en el contrapunto donde, si no se introduce la voz del otro, no puede seguir el poema.

Ustedes recordarán que el Martín Fierro cuando en la primera parte termina de decir lo suyo es un hombre que no va a ninguna parte. Perdió la hacienda, perdió la prenda, no va a ningún lado. Justo en ese momento entra la voz de Cruz que dice: «amigazo pa' sufrir han nacido los varones». Es decir: lo motiva, le expone su experiencia afín, le hace ver que no está solo y después, cuando sale la voz de Fierro, es la de un Fierro animoso que va a cualquier parte. Toma la iniciativa de decir «vamos a Los indios». Pero la cosa funciona desde la estructura misma, desde el contrapunto mismo. Si en ese momento no entra la voz de Cruz, tenemos un Fierro derrumbado.


Acá también hay un punto en el que el Descolocado habla desde la descolocación y el Saboteador Arrepentido le contesta como un hombre que ya ha pasado por eso. Como si uno estuviera en el infierno y el otro en una especie de purgatorio.


El Solicitante Descolocado dice: «Me detengo un momento por veriguación de antecedentes». Este «me detengo un momento», hablando de una relación buscada de semejanzas y diferencias, es el «Aquí me pongo a cantar». Es decir: en el «Aquí me pongo a cantar» hay una detención de un personaje que es un deambulante, un matrero. Por supuesto: si no se detiene, si no se pone a cantar, no hay poema.


Me detengo un momento
por averiguación de antecedentes
trato de solucionar importantísimos
problemas de estado;
vena mía poética susúrrame contracto
planteo, combinación
y remate.

En vez
tú no tienes voz propia
ni virtud
dijo
y escribes sólo para
yo quise decirle mentira mentira
para purificarme

La pista se rodea
de todas las especies, de todos los órdenes
y clases
sobre todo de público
en la primera fila van
los relegados.

Siempre algún gobernante
algún guerrero ilustre, algún
funcionario aventajado
da el puntapié inicial
entonces entro yo
entrando por el aro.

Tome asiento
nadie debe perderse
un espectáculo
abro mi risa negra
a función continuada.

Y a la bartola
haciendo de las mías
en el país del tuerto
es rey.


De pronto estamos en el circo, estamos con el clown que salta a la pista y empieza a hacer de las suyas. La primera parte es la decepción de la caída del peronismo. Y acá ustedes lo van a notar:

Pueblo goloso perezoso lujurioso
porque las curvas económicas
nos son favorables
una nueva conciencia os pido
en marcha.

Y si las cosas se complican
descentralizar:
–Listo, vamos
gobemar es poblar es hablar;
apoyando mi oído
en el obrero concentrado:
vibra.

Entonces reconozco
alcanzo a distinguir entre 200.000
a mi buena maestrita
llevaba
un cartelón azul
con letreros dorados.

–¿Qué clase de niño fuiste tú?
–a,e,i,o,u
inteligentísimo y de gran corazón
antes del sacrilegio
ella me dijo a mi mejor discípulo
–La tierra para quien la trabaja
se inclina
–La revolución no se detiene nunca.

Ella.
Levanta emocionada
la tapa de mis sesos
deshojando

cumple no cumple cumple no cumple cumple no
cumple

–Tu alma tiene un delicado
cuello de cristal
–se inclina–
su base es de acero inoxidable



La derrota, la caída, la decepción. Frondizi cae:

Y antes de sucumbir
el interés económico pensante
alcanzó a balbucear
petró1eo, industrias, agro,
pecuario.

Está quebrando

Sin base
cierro la última
cotización.


Sigue con una parte de deambulación, de matrerismo, de vagancia, perdido en una ciudad, shockeado por sus temas.

En el rebusque
cada vez me pica más
el bagre
vendo shakespeares usados
a un Moro sin entrañas

Descubro inscripciones
no figurativas
en las letrinas de altamira.

Apenas este tiempo para nada
Al Paso
almuerzo pavimento
con ensaladas
del huerto de los olivos.

"No son todos los que están
no están todos los que son"
mi pobre especie
son
los no antologados

En los viejos tranvías
y en general
en todo transporte colectivo
colaborar es correrse
bajar por adelante.

Cuando un golpe de sol:
sobre la cresta brillante de una ola
la imagen de mi hermana
se levanta
–Notifícame
–Mar espléndido.

Mi horario es justo para
que las horas que pasen
ya no vuelvan más
y no tener sanidad pública
ocupación bien fija.

–Nuestra madre es feliz
nuestro padre
nuestro hermano sigue creciendo
sólo se espera tu llegada.

Aprovechando mi hora libre
mi oportunidad o perdiéndola
pero buscando en seguida otra más
hasta agotar la última
el último suspiro.

Crack crack crack
pasa el carro alegórico
del fútbol corrompido
¿Dónde está el gran Martino?

Volviendo un día al barrio
a la estructura simple
de casitas baratas
y la Villa del Parque.

Cómo se pianta la vida
cómo rezongan los años
cómo se viene la muerte
tan callando.

Y la Gran Puta huyó a París
en busca de su amor
yo la seguí con la imaginación
–sin amor no se puede bienestar–

Acariciando mi alma en mi soledad
en mi soledad
no se puede confort y
si vieran mi catrera.



Entra la voz del Saboteador Arrepentido y recuerda cuando él tuvo un puesto de gerente de la Fábrica. Ahora coyó y no es nada. Está en la espera. Cuenta su experiencia en la fábrica y termina así:

En mi rostro está escrita la aceptada
renuncia
tanto vil ostracismo
después supe
el trabajo es salud, es factor
dignifica
y lo otro es el crimen
la poesía maldita

Yo era el brazo derecho ahora no soy nada

Esta guitarra cae ya
volcada de mi alma
su última nota
espera.


Y aquí viene, también en términos de semejanza, cómo de pronto funciona el contrapunto. El Saboteador está en una espera como de Purgatorio. Dice: «Esta guitarra cae ya / volcada de mi alma / su última nota / espera».
Justamente ahí entra la voz del Solicitante Descolocado.

Telegrama-respuesta
«Preséntese
mañana en alpargatas
sin ningún compromiso, limpio
de polvo y paja».


Ahí se arma un final a dos voces:

–Al Divino Botón
Oh Exito Integral sobreponiéndote
a los bocinazos del maligno
oye este jeremido
concédenos
la tierra protegida
dormir perfectamente en pedo
donde florezcan
los
Extasis

El Solicitante y el Saboteador del público
se despiden
1, 2, 3
explotando
do re mi fa sol la
sí!
poniendo en marcha la
fábrica.




Este es el primer poema del ciclo de El solicitante descolocado 2. Y, como ustedes ven, el título se Las trae. Porque "Solicitantes" somos todos. La naturaleza del hombre es solicitor. Unos por medio de la oración, otros por media de la militancia política. Y éste termina solicitando, en la última parte, el mundo. Empieza solicitando un empleo que no tiene y termina solicitando el Poder. Vamos a decirlo llanamente.
Este es el gran drama, ¿no? Así que este solicitante, descolocado como digo, empieza, aparentemente, pidiendo un trabajo que ha perdido (aunque no dice "desocupado", dice "descolocado") y vamos viendo, en el transcurso del poema, que lo que lo hace sentir mal es no tener el poder para revertir la situación. Y desgraciadamente seguimos en eso. No tenemos el poder. Será por eso que, al releer para mí mismo todo el ciclo, me digo que tiene actualidad todavía. Es decir: permanece.
Por lo menos frente a mí. Puedo conversar todavía con él. No me resulta viejo, vetusto. Encuentro partes en que me identifico, y a través de él veo también que se pueden identificar mucha gente.



1 Este texto es parte de la ponencia de Leónidas Lamborghini en el Encuentro "La Política y la Historia en la ficción argentina" organizado por la Universidad Nacional de Litoral en 1994. La trancripción completa de dicho Encuentro fue publicada bajo el título La Política y la Historia en la ficción argentina por el Centro de Publicaciones Universidad del Litoral.
©1995 Centro de Publicaciones Universidad del Litoral, Santa Fe, Argentina.

2 El Solicitante Descolocado (1971) reúne, como un solo poema, Las patas en la fuente(1966), La estatua de la libertad (1968) y Diez escenas del paciente (1970)





PARTE I DE "EL SOLICITANTE DESCOLOCADO"
(versión completa)





Leónidas Lamborghini] [Literatura Argentina]